Amigos

 

Un amigo me preguntaba hace tiempo si era feliz con la vida que tenía, con las decisiones que había tomado.

Reconozco que, para mucha gente, puede parecer una pesadilla: vivir en un pueblo costero en el que apenas hay gente, estar la mayor parte del tiempo frente a un ordenador y dedicar las horas libres a pasear o leer libros.

Para él, una persona de gran ciudad, esa forma de vida le quedaba pequeña.

Le respondí que sí, que no tenía problema, que podía desplazarme en coche a donde quisiera cuando así lo deseara, que no existía mayor satisfacción para mí que vivir junto al mar.

Los meses pasaron y la aparente calma del mar se transformó en un ruidoso escenario en mi cabeza. Lo que antes me había parecido un balneario, ahora me irritaba.

¿Qué me había pasado? ¿Qué había cambiado?

En el entorno nada. Simplemente, era yo.

Las personas tenemos serias dificultades para contentarnos con lo que poseemos. Es parte de nuestro instinto ir siempre de A hasta B.

Cuando llegamos a B, éste se convierte de nuevo en A.

Y nos hartamos de ello.

Así que empecé a cuestionarme el entorno, los propósitos que llevaba a cabo, aquello que poseo y mi yo más interior.

Quería entender la causa de mi nueva forma de ver las cosas. Quería reencontrarme con lo que era, donde estaba.

No siempre es fácil, pues nos enfrentamos a temibles demonios que habían dormido durante años. Demonios en forma de errores, de culpa ajena, de historias sin resolver y cabos sin atar.

Me dije que si iba a limpiar los cimientos de mi vida, lo haría con todos.

Y, buscando y buscando, di con la respuesta donde menos lo esperaba. No estaba en internet, ni la tenía un libro, ni siquiera un influyente de Youtube. Me la dio un amigo en una sola frase.

— Si estás a gusto contigo, no importa dónde estés.

Y ahí terminó todo. Algo tan simple como eso me hizo entender dos cosas:

a) Me estaba planteando mal las preguntas.
b) El problema estaba dentro y no fuera.

Tan pronto como empecé a reflexionar sobre ello, me di cuenta de lo cómodo que estaba en el lugar que ocupaba, de lo estúpido que había sido y de lo muy agradecido que debía estar por tener la oportunidad de hacer lo que hago.

En la mayoría de casos, nos pasamos la vida corriendo entre A y B buscando respuestas, aprobación y sentido a una existencia que nos corroe por dentro.

Vivimos en un momento en el que conectar con otra persona es más sencillo que nunca, pero nos perdemos en nimiedades, prejuicios de valor, de estatus y apariencia, o puro interés. Buscamos cantidad, novedad y exceso en lugar de calidad.

Sin embargo, nuestro oráculo son esas personas que nos entienden de verdad, que nos apoyan, con quienes comentamos nuestros triunfos y fracason sin ser juzgados, más allá de que conozcan o no nuestro pasado o quién somos.

Nuestro oráculo son aquellas personas con quienes compartimos una visión parecida de la vida.