Asimilar

La figura de un viejo toro publicitario de Osborne se deja ver a lo alto de una montaña árida y amarillenta. Esa es la señal de que estamos en casa, dice mi hermano señalando con el índice. Tras el toro, se encuentra nuestra salida de la autovía. Hago el último esfuerzo, reduzco una marcha y subimos una cuesta indomable bajo los treinta y cinco grados que hay en el exterior. Siento una ligera dolencia en el pie, el agotamiento del trayecto, pero tengo la satisfacción de haberlo logrado. Mi hermano tiene razón y sus palabras se convierten en imágenes reales, recuerdos, señales de tráfico que comienzo a identificar. He vuelto a casa, pero no sin antes cruzar casi todo el continente. Tardaré días en asimilarlo todo. Tres mil kilómetros en la carretera a golpe de rocanrol, sueño y estaciones de servicio. Cinco días, cinco países, cinco ciudades y un montón de anécdotas que servirán de material para muchas novelas. Saber que Europa es un pueblo muy grande unido por una carretera que lo atraviesa. Conocer a gente de otros países, ver la tonalidad de verdes que se volvían más secos a medida que bajábamos al sur de Francia. Observar los alpes suizos a lo lejos, mientras las vacas pastaban en la campiña. Sentarme a tomar una copa en uno de los bares favoritos de Don. Horas y kilómetros que quedarán en la memoria como fragmentos de una cinta gastada a medida que los días queden atrás. Por delante, una situación que todavía no he logrado digerir. Todo está reciente, demasiado crudo, pero sé que no debo darle demasiadas vueltas. Es el momento de dar un paso adelante, de sentarme y trabajar. He venido para contar historias y hacerlas posibles. Para contar mi propia historia. He vuelto casa, esa es la realidad.