Automejora

Se acerca la mitad del mes y ya comienzo a leer artículos sobre listas de propósitos para 2019 u objetivos logrados durante este año. Soy más optimista y veo que queda mucho mes por delante como para tomar veredictos a la ligera.

Durante el año existen dos momentos especiales que me ayudan a detenerme y observar el progreso. Uno es el día de mi cumpleaños y otro el 31 de diciembre. Son estos pero podrían ser otros. Los días como tal no significan nada, por eso procuro no exaltar mi felicidad en ninguna de las dos ocasiones.

Lo que sí hago es pararme a pensar, reflexionar, un ejercicio que abruma a más de una persona hoy en día.

El día de mi cumpleaños me ayuda a entender el desarrollo personal que se ha producido en mí a nivel emocional y espiritual. Reconocer las lecciones que te da la vida y aceptarlas tal y como son.

El última día del año sirve para hacer balance de las metas marcadas y ser autocrítico para ver dónde mejorar y cómo.

En ambas ocasiones, tomo papel y lápiz y me cuestiono las preguntas filosóficas más comunes:

– ¿Quién soy?: compararme con mi yo de hace un año en salud, dinero y amor.
– ¿A dónde voy?: es importante saber si seguimos en el camino marcado o si nos hemos desviado.
– ¿De dónde vengo?: darse la vuelta -lo justo- sirve para entender que el progreso es constante -o no-, pero requiere tiempo. Echar la vista tres o cinco años atrás nos ayuda a entender en qué manera hemos crecido.

Aunque no ha terminado el año, ya he tomado algunos apuntes por escrito de áreas que quiero cambiar hacia el futuro. No digo para el próximo año, pues es como marcarse un periodo límite. Lo difícil no es llegar sino mantenerse.

Escribir los pensamientos en cuadernos de notas me ayuda a recordar que (yo, en el pasado) estuve ahí antes y, por tanto, tenía un conflicto que resolver.

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Experimentando cambios reales (esto no es un artículo de autoayuda)

En 2017 me propuse trabajar en mi interior, deshacerme de un montón de mochilas con las que cargaba y purgar el ego de estupideces.

Fue un proceso largo, constante, cargado de preguntas (unas más dolorosas que otras), lecturas, retiro, escritura y mucha soledad.

También me planteé llevar mi carrera un paso más allá, aprender finanzas y establecer mi carrera profesional como escritor.

El año empezó en Polonia y terminó en España.

Primero: me cuestioné lo que quería cambiar en mi vida que me molestaba (¿Era feliz con mi relación? ¿Me gustaban mis días? ¿Tenía ansiedad o calma? ¿Merecía la pena vivir así? ¿Estaba siendo congruente con mis principios? ¿Estaba siendo fiel a mis emociones?) y definí cuál sería mi destino (¿Dónde quería vivir? ¿Cómo lograrlo? ¿Cómo quería que fuese mi día? ¿Cómo alcanzarlo?).

No lo logré sólo con un cuaderno de notas.

Para eliminar la ansiedad, me deshice de un entorno tóxico, aprendí a meditar diez minutos diarios (usando una aplicación que me guiara), dejé el trabajo que me producía estrés, comencé a hacer deporte (no estaba gordo, pero sí en baja forma), a comer mejor, a rebajar el alcohol.

Dejé la comida precocinada, las grasas saturadas, la comida rápida y los dulces.

Eliminé a personas innecesarias de mi vida o dejé que el contacto se congelara.

Aprendí a decir NO a muchas cosas.

Comencé a ser consciente de lo que me echaba en el estómago con recetas simples.

Descubrí cómo disfrutar de mi tiempo sin la compañía de otros (y entendí que sus opiniones no eran más que eso, opiniones).

A veces, los deseos parecen utópicos en la distancia, pero con trabajo todo llega. Por supuesto, siempre hay un precio que pagar y esto es importante digerirlo cuanto antes.

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A nadie le importa tu cambio, solo a ti. Así que no te molestes demasiado en contarle al mundo tu aventura porque el mundo está en otras cosas (como tú en las tuyas).

Si leer esto te incomoda, plantéate si lo harías si fueras la última persona viva de este planeta.

Me centré en las lecturas cuando iba en autobús, en lo que otras personas decían en Youtube (y de las que podía aprender) y puse en práctica todo aquello que podía hacer un impacto en mi día normal.

Algunas lecturas que me ayudaron personalmente:
El ego es el enemigo (Ryan Holiday)
Solo una cosa (Gary Keller)
Meditaciones (Marco Aurelio)
Hagakure: El camino del Samurái (Yamamoto Tsunetomo)

Algunas lecturas que me ayudaron a entender las finanzas y las relaciones profesionales:
El millonario De La Puerta De Al Lado (Thomas J. Stanley)
Nunca comas solo (Keith Ferrazzi)
El Arte de Pedir (Amanda Palmer)
Armas de Titanes (Tim Ferriss)

Aunque reconozco que no soy el mejor ejemplo de superación y encuentro más enseñanzas en una novela de Fante que en un manual, mi falta de prejuicios me ha ayudado a entender otras mentes (u otros puntos de vista) que, en el fondo, buscaban lo mismo que yo y lo encontraron (en áreas totalmente inexploradas para mí). Leer, en mi caso, es un modo de pedir ayuda en silencio.

Dejo a un lado todos los manuales de marketing, las novelas (mejores y peores) y el resto de libros que leí durante ese año.

El año del minimalismo

Un año más tarde y cerca del momento de reflexionar y hacer balance, reconozco lo bueno que ha sido el año y lo muy agradecido que debo estar.

Como en todo, he mejorado algunos aspectos y he descuidado otros.

Internet ha cambiado en muy poco tiempo, aunque no seamos conscientes de ello, y, por tanto, también el marketing, así como la forma de crear y consumir contenido.

Sin embargo, sigo sin encontrar el balance entre mi trabajo, internet y mi vida sin conexión.

Photo by Annie Spratt on Unsplash

Lo reconozco: soy humano e imperfecto.

Posiblemente tú también.

En 2015 me identifiqué con esa tendencia (ahora convertida en moda) minimalista, zen, de deshacerse de lo innecesario, volver a lo básico y eliminar el ruido.

Siempre he tenido una visión simple por defecto: no me gusta poseer demasiados objetos, me calma el espacio libre, la ausencia de cosas innecesarias y los apartamentos vacíos.

No poseo demasiadas prendas de diferentes colores, soy básico y no colecciono nada.

Aún así, mi escritorio es un desastre de cables.

En 2016 abandoné el iPhone por un viejo Nokia sin conexión a internet. El experimento no duró demasiado.

En 2017 regresé a un smartphone y, cuando profesionalicé mi trabajo como escritor, pasé más de doce horas al día conectado a la red.

En 2018 la dependencia ha sido tal que soy incapaz de mantenerme presente con normalidad: notificaciones, correos electrónicos, mensajes, páginas que actualizar, gráficos que comprobar, contenido que consumir… y así, sin mencionar en cómo esto ha afectado al resto de áreas de mi vida.

El primer paso es darse cuenta.

Una sola cosa

Tomando nota de lo aprendido, este año voy a centrar mis esfuerzos en encontrar ese balance antes de que sea demasiado tarde.

He tardado años en encontrar la paz interior como para volver a sentir ansiedad a diario.

¿Cómo lo voy a solucionar?

A estas, haré lo que sea necesario y pertinente.

Volveré a hacerme las preguntas necesarias, a leer la opinión de otras personas, a poner en práctica sus principios y, sobre todo, a enfrentarme a ese vórtice llamado internet sin descuidar mi producción diaria.

Por supuesto, siempre hay un precio que pagar.

No imagino una vida sin desafíos.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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