Averiguar

Pisar tierra firme, de nuevo. Subirme a un avión tras un pestañeo. Las vacaciones no son más que un término que relacionamos como el descanso, el no hacer nada o el puro ocio. Tras muchos años, esta vez, han significado algo más: un reencuentro, una frenada rápida al borde del precipicio. Reflexionar antes de la caída, mirar con perspectiva y regresar a casa para apreciar muchas cosas y depreciar algunas otras. Tal vez porque sean las últimas vacaciones que tome en mucho tiempo, quizá porque me siento como Jim Carrey en El Show de Truman tras pasar la tormenta y darse con la pared pintada.

Los excesos pasan factura y también los años. Nos hacemos más viejos, aunque no más maduros. Velocidades distintas que el tiempo no entiende pero que achaca de una forma u otra. No le preguntes a una persona que gana 15.000€ al año cómo hacer 30.000€. No le preguntes a una persona triste cómo ser feliz.

Embarqué con la intención de terminar una novela, dedicarme a mis escrituras y empujar una maquinaria que necesitaba velocidad. No obstante, nada de eso sucedía y, por mucho que lo intentara, siempre había algo que se interponía en mi camino. No tardé en darme cuenta que, por alguna razón, nadaba a contracorriente. Decidí caminar, reunirme con esa parte a la cual creemos pertenecer y darme de bruces contra un muro de ladrillo rojo. Parar el segundero y escuchar una voz interior que grita repitiendo un mantra, observando los resquicios del pasado y las cicatrices impregnadas en el recuerdo, era parte de lo que el cuerpo me pedía. Perderme en la infinidad del silencio.

Había pasado una época lúgubre, falto de energía y vitalidad. A veces, olvidamos lo importante que es escuchar a nuestro cuerpo, el lugar donde habitamos. Guiarnos por él, por los latidos del corazón, como una brújula que marca el rumbo de nuestra embarcación. Sin duda, lo más complicado de todo resulta averiguar quiénes somos realmente, si es que llegamos a hacerlo. Dejar a un lado las justificaciones, la apariencia social, ese afán por impresionar al entorno que nos oprime para que nos vale, buscando la palmadita en el hombro, la ovación. Al cuerno con eso. Aprender a caminar sin esperar nada de nadie, sin abandonar la enfermiza manía de comparar los números con el vecino y decidir, de una maldita vez por todas, qué es lo que queremos hacer y por dónde vamos a empezar. Asumir riesgos, golpear el saco hasta hacernos sangrar los nudillos. Basta por hoy, mañana más. Siempre habrá un puesto para ti en algún lugar, no hay por qué temer por ello sino por no haberlo intentado. La verdad asusta, así como aceptar que la única forma de convertir las ideas en algo posible es a través del esfuerzo y la dedicación, sin importar qué pensarán los otros de tus ambiciones. Que ellos no las tengan, no significa que tú tampoco debas.

Después de mucho tiempo, me subo a un avión de vuelta con las páginas en blanco pero con la lección aprendida, sin haber tratado de convencer a nadie más que a mí mismo, que sólo existe un camino y es el que yo marco. Y a quien me lea, con todo mi cariño, que no se preocupe, porque he vuelto para quedarme, para escribir más y más historias, tras haberme encontrado de una vez por todas. Busca tu camino y empieza a caminar descalzo.