Ayunar

Hace unos días me encontraba en una charla sobre cachorros. Jamás pensé que asistiría a un evento así, pero lo hice, porque nunca está de más y siempre se aprende algo nuevo o se refuerza lo que ya sabemos.

Éramos pocos, la mayoría parejas, que trataban al pobre animal con mimos y atención como si fuera un bebé. Yo también quiero mucho al mío pero, tanto él como yo, somos de especies distintas, con una visión diferente del día a día. La clave es el entendimiento.

Al terminar, me acerqué al adiestrador y a su perrita, una Border Collie muy bonita. Era perfecta, tranquila, a ojos de los que allí estábamos, pero él reconoció que también era miedosa, insegura.

Tendemos a ver la perfección en lo ajeno, en aquello que alcanzan nuestros ojos, sin plantearnos sus rotos, sus defectos.

Hace unos días, tomé una decisión que debería haber tomado hace tiempo.

Reconocí un problema que existía en mi interior y del que no era del todo consciente: necesitaba una dieta virtual.

En los últimos meses, mi productividad había menguado demasiado. Al final del día me sentía abrumado, insatisfecho y, lo peor de todo, terminaba agotado y sin tiempo para hacer otras cosas que sí me gustaban.

Internet, el arma arrojadiza, útil pero destructiva, era la causa de todo.

No soy perfecto, nadie lo es y, aunque tenga otras carencias, mi problema es que había perdido la noción del tiempo, de mi tiempo, de mis horas de trabajo, mientras divagaba entre vídeos de Youtube, mapas de Google, tableros de Pinterest, portales de noticias, artículos sobre cómo ser más efectivo, mensajes de Twitter, páginas web y otros sitios que no hacían más que llenarme la cabeza de ruido.

Había fragmentado una de las cosas más importantes que necesito para trabajar: la concentración. Antes de terminar una página, me encontraba visitando una noticia en el periódico.

Estaba harto.

Reconozco que la red es una herramienta poderosa y que, sin ella, no podría haber llegado a todos mis lectores. Pero también es un espacio vacío, infinito, como un agujero negro, que usamos como válvula de escape y en el que somos capaces de enterrarnos por unas horas de entretenimiento.

Inspirado por la experiencia de Paul Logan, el periodista que vivió un año desconectado de la red, y sin ser tan ortodoxo, he decidido iniciar mi propia desintoxicación.

Esto no significa desaparecer, ni cambiar mi teléfono inteligente por un viejo Nokia. Tampoco que deje de seguir publicando artículos o cualquier tipo de contenido.

Simplemente, a veces, necesitamos límites, como en las autopistas, para seguir caminando en la dirección que debemos.

El fin, regresar a mí, a mis lectores, a mis libros y a mi escritura. Experimentar un ayuno virtual con el fin de volver al plano en el que me encontraba antes de caer en el abismo.

Algunas cosas que voy a poner en práctica durante los próximos treinta días:

-Desinstalar la aplicación Whatsapp del ordenador. No más interrumpciones.

-Eliminar las aplicaciones de redes sociales de mi teléfono.

-Establecer prioridades: escribir, contestar correos electrónicos tres veces al día y mensajes personales de lectores. Terminar de leer esos libros que tanto deseo de una maldita vez.

-Dosificar las horas de entretenimiento: no más Youtube entre horas, ni páginas web innecesarias. Apagar la opción wifi del ordenador.

-Apagar las notificaciones del teléfono durante un espacio de horas: sólo llamadas importantes.

-Ser consciente de lo que hago: utilizar una pestaña en el navegador, no doscientas. Tener un propósito en cada búsqueda para no terminar con cinco artículos y tres vídeos que no termino de ver.

-Meditar diez minutos: caminar en silencio, rezar, meditar, hacer yoga, correr. Es importante buscar la forma que conecta con nuestro interior y quedarse ahí un buen rato.

-Dedicar más tiempo a mi vida sin conexión.

Quien trabaje fuera de casa, quizá no tenga este problema. Quienes escriben o trabajan en el hogar, pueden entenderlo.

Reconocer nuestras debilidades nos hace grandes, siempre y cuando, en lugar de lamentarnos por ellas, nos pongamos en acción para buscar un remedio.

El mío es éste. Tal vez, el tuyo también. De nada sirve estar conectados si somos incapaces de prestar atención a lo que realmente nos importa.