Cíclicos

El sol sale como cada mañana, pero hoy lo siento más que nunca. Debe de ser la primavera, el cambio de estación, el final de mes, el fin de un proyecto que me ha llevado de cabeza. Debo de ser yo que he vuelto a despertar, una vez más.

Desconozco la razón, pero no siempre es necesario para continuar pedaleando.

Desde hace tiempo, soy consciente de que nada es permanente, de que los ciclos van y vienen, suben y bajan y que no queda otra opción que disfrutar el momento, tomar responsabilidad y seguir adelante, aunque las cosas no salgan como se desea.

Documento los días con palabras para echar la vista atrás y notar los cambios con el paso del tiempo.

De repente, es como si me volviera previsible, al igual que una hoja de cálculo.

Todos lo somos, necesitamos serlo, aunque creamos que no es así, que somos libres y capaces de cambiar el rumbo cuando lo deseemos, olvidando la suma de estímulos condicionados con los que cargamos.

Pero no existe mayor victoria que la de salir del agujero, vencer a los demonios y regresar con más fuerza que nunca.

Durante las últimas semanas, he probado todo lo que estaba en mis manos para limpiar la oscuridad que rodeaba mis pensamientos: meditar, pasear, leer, jugar con mi perro, socializar…

Sin embargo, lo que ha funcionado ha sido otra cosa: terminar lo que había empezado.

Es importante terminar aquello que empezamos para quitarnos una gran carga psicológica de encima.

Saber que, como en el juego, perder forma parte de la ecuación y que, si sucede, no pasa nada, pero hay que terminar lo que se empieza, somos seres cíclicos.

Llevo varios días en los que despierto con una felicidad insana, con una sonrisa en los labios y abierto a las emociones que se respiran en la calle.

Mi amigo tenía razón. No importa el lugar, sino que estés bien contigo. Y, después de mucho tiempo, me siento de nuevo en sintonía con el entorno, completo, saboreando el episodio final de mi propio capítulo, dispuesto a empezar uno nuevo.