Conectados a un vórtice

Sale el sol, tras una nevada inesperada, una tregua y varios días de furia. No es novedad, pero uno nunca se acostumbra del todo. Me apeo del autobús, protegido por mi bufanda de cuadros como la de aquel político griego, aunque la mía es verde y me acompaña más de diez inviernos. Con la luz en la cara, el frío me azota los carrillos. Tomo el metro, dos paradas, y decido dar un paseo, ver la escarcha sobre los coches, el agua cristalizada en los charcos, el humo de las cafeteras. Desde hace tiempo, me aterra un poco lo que veo. No afecta a los jóvenes, sino a todos, nos afecta a todos: al taxista, a la panadera, al universitario. Tropiezo con una chica en las escaleras, y digo tropiezo por cortesía, porque es ella la que ha generado todo este embrollo al pararse a escribir en su teléfono. Están por todas partes, como los ultracuerpos.

En el pasado, tenían el poder aquellos que poseían la información, el conocimiento. Hoy, creo que la información no sirve de mucho, o sí, está por todas partes, está en la red, es más alcanzable que en ningún otro período, pero también es confusa, sesgada, subjetiva. Quien tiene una conexión a internet, tiene la posibilidad de aprender algo nuevo y desarrollarse sin excusas. Pero también, hoy, quien tiene el poder es aquel o aquella que vive consciente de su presente, quien es capaz de controlar sus pensamientos, tomando distancia de ellos, tomando distancia de proyecciones virtuales. En mi opinión, el desarrollo tecnológico no es criticable, de hecho, es increíble cómo han avanzado las cosas en los últimos años. Yo hago uso de ello. Por ejemplo, ahorro mucho papel, espacio y tiempo. Leo en mi lector digital y hago llegar mis libros a otras personas por todo el mundo. Pero la red es un agujero negro incontrolable para la mente, infinito, un generador de ansiedad, es un todo y nada, al mismo tiempo, real pero intangible, por tanto, imaginable. Nos hemos condicionado a una serie de hábitos innecesarios y se han convertido en un lastre invisible. No hay vuelta atrás, como no ha habido vuelta al Discman, ni al DVD ni a muchas otras cosas, ni falta que hace. No necesitamos una dictadura de medios televisivos, ni una imposición sobre qué o no ver, leer y escuchar, pero allá quien decida dedicar su tiempo con según qué tipo de vídeos. 

A veces, pienso que nos hartaremos de todo esto; otras, que la gente es así, y no hay más, y que, realmente, quien decide pasar sus horas mirando la vida virtual de otros, angustiándose por no recibir un mensaje, o anclado al e-mail del trabajo, es porque quiere.

En ocasiones, no pienso, respiro, como hoy, aire gélido, y me doy cuenta de que estoy vivo. La portera del edificio me dice que esto no es España y que está cansada del invierno, pero no importa, le digo, hace sol, hace un bonito día, y eso también me gusta, el resto, es secundario.