Cualquier tiempo pasado

man standing near trees

Hubo una época en la que era capaz de parar las agujas del reloj. Tan sólo han pasado algunos años, cuatro o cinco, tal vez, pero ahora lo recuerdo como algo lejano. El frío de estos días me traslada a ese periodo en el que todo lo veía como un lienzo difuso y complejo de entender. Estaba escribiendo en mis ratos libres, apenas tenía tiempo para enterarme de lo que sucedía a mi alrededor y pasaba largas horas entre autobuses, tranvías y túneles subterráneos que conectaban las estaciones de transporte con el centro de la ciudad. Sin darme cuenta, ni tampoco desearlo, estaba forjando un carácter que me ayudaría más tarde a entender las pausas, los ritmos lentos y los ciclos del tiempo. Al menos, lo recuerdo así, aunque también soy consciente de que los fines de semana pasaban volando cuando más me divertía. Los inviernos eran largos, tanto, que a veces creía que se iban a comer el verano. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero me quedo con lo bueno y lo aprendido, y de aquellos días recibí unas cuantas lecciones que hoy aún tienen validez.
Busco cafés en Madrid para escribir, con timidez, sin llegar a decidirme por ninguno. Es complicado. Sigo arrastrando el problema de escribir con presencia ajena, como si a los demás le importara un carajo lo que estoy haciendo. Vuelvo a intentarlo por San Bernardo, regreso a la plaza de España y bajo por Princesa después de haberme topado con más de una decena de cristaleras. Manías de un juntaletras, me digo con la tableta bajo del brazo y las gafas empañadas por el vaho de mi aliento.
Pienso en aquellos días lentos, en los que había que escribir en un Starbucks o en una parada laboral, sin excusa alguna, porque podía ser la última vez. Me repito que cualquier tiempo pasado no fue mejor, porque aquel fue lo que fue, pero hoy estoy más tranquilo en todos los aspectos, vivo mucho mejor y mis quejas son las mismas que las que tiene el que se queja por pereza. Preparo café, que siempre ayuda, observo el fuego, las ideas fluyen por mi cabeza y el perro dormita enroscado como un cruasán. Seguimos vivos, que no es poco. Sin duda, cualquier tiempo presente siempre es mejor.