Déjame decirte que soy de exceso fácil, quizá por eso me escondo y busco la manera de mantenerme en la quietud. Cada mañana, salgo a la calle media hora antes de que el sol esté fuera, antes de que las caras mustias se dirijan a la estación para subirse al tren y se crucen conmigo.
Preparo el café y me sumerjo en mis pensamientos. Algunos días leo varias páginas de un libro en mi escritorio, otros me pierdo en las noticias banales o en los agujeros negros de Internet.
El perro duerme a mi lado, tomo notas en un cuaderno y me imagino en algún lugar de la Costa Blanca, o quizá de Mallorca, conduciendo mi coche o puede que un Porsche 930 de los años ochenta, descapotable y sobre los adoquines del casco antiguo del lugar en el que me encuentro.
Después regreso a mi plano existencial y estudio las notas escritas con bolígrafo. Será un día largo, como cualquiera. Escribir a tiempo completo puede ser un privilegio, un sacrificio o una maldita dictadura. Lo peor de todo es que nunca sabes cuándo el tiempo completo volverá a convertirse en parcial o, con mala suerte, en nada.
Te conviertes en tu propio jefe, en el administrador del tiempo y del dinero.
Nadie quiere a su propio jefe, por lo que es fácil terminar odiándote.
Con el tiempo he aprendido a ser indulgente conmigo mismo.
Hay quien se ahoga al pensarlo, yo prefiero tocar madera y mantener el barco en el agua.
Mentiría si dijera que no he visto el arrepentimiento de sueños frustrados -desplazados por otros sueños propios o de otras personas- en el ojo ajeno. Así que doy gracias, un día más, por la salud, por las palabras y por la aventura.
Aquí en mi cuarto blanco, exento de fotografías, muebles y decoración mundana, se respira tranquilidad. Suena jazz por los auriculares, la luz es tenue y apenas se habla.
De puertas hacia fuera es otra historia, pero en este lugar hay poco espacio, sólo el necesario y las visitas van con cuenta gotas. Cruzar el umbral tiene sus riesgos y puede destruir la armonía, el mundo interior que tanto nos ha costado formar.
Por eso es importante quererse, comprender las fronteras de nuestro propio territorio y establecer un sistema de visados que funcione.
Pero también es importante no tener miedo y estar abierto a lo desconocido.
Cuando menos te lo esperes, alguien traerá una botella de vino, dos copas y queso curado para compartir.
Y entonces todo cambiará y te convertirás en el mejor anfitrión.
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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.
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