Demasiado

 

Camino cuesta arriba por la Gran Vía rodeado de rostros extraños, de miradas pasajeras y rasgos que se quedarán almacenados en algún lugar de mi subconsciente para aparecer más tarde en mis historias. La marabunta humana se mueve en ambos sentidos y yo me escurro por ella hasta llegar al gran edificio de Callao. Tantas personas a mi alrededor, a escasos centímetros de mí, y yo sintiéndome tan solo.

Una chica se cruza y nos miramos. Sus ojos son como dos castañas maduras. Sonríe y fotografío su expresión. Después se pierde entre el mosaico humano.
A veces pienso en jodida que está la sociedad, que nos ha prohibido de bien pequeños hablar con desconocidos. Pero aquí todos somos iguales, por muchas capas de cebolla que llevemos encima, por mucho que valga el teléfono que nos distrae hasta tropezar con quien tenemos delante.

Tiendas y más tiendas a ambos lados de la calle. Grandes carteles iluminan los edificios con modelos perfectos que lucen sin arrugas. Compra esto y serás como yo, predican en silencio mientras una joven le pide a su amiga que le haga una fotografía posando para su Instagram. Que no se pierda nunca la esperanza por luchar por un sueño, pienso para mis adentros y continúo por mi senda.

Hace tiempo que no siento pena, ni tampoco envidia ni odio. Ya lo decía Marco Aurelio, si controlas tu fuero interno, controlas tu vida. Sin embargo, en ocasiones me entristece pasar por las tiendas de música y ver que apenas hay gente comprando guitarras.

Me encanta la tecnología, leo en un dispositivo electrónico que llevo a todas partes y me fascina poder caminar escuchando mis discos favoritos en un teléfono que cabe en la palma de mi mano, pero existen cosas que son básicas e irreemplazables: escribir a mano en un cuaderno, tocar un instrumento, palpar un libro de papel, un beso intenso en un portal, destapar una botella de vino o hablar con una persona y no un maldito robot artificial.

Pero la vida sigue, me guste o no, como el banco de peces que se desplaza a ritmo frenético cuando me detengo a pensar.

Ajustarse a los tiempos que corren, vivir como buenamente puedas y llevarte un bonito recuerdo porque, de lo contrario, cuando menos te lo esperes, te estarás lamentando de no haberlo hecho.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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