Desconectar

Milano negli anni '70, case di ringhiera. Ph Gianni Berengo Gardin
Milano negli anni ’70, case di ringhiera. Ph Gianni Berengo Gardin

No, no te estás perdiendo nada. Hace tiempo que le vengo dando vueltas a esta idea. Las últimas semanas se han vuelto algo turbulentas. El adaptador de los auriculares se rompió y ya no escucho música cuando salgo a la calle. No escribo ni un folio desde hace quince días y siento un poco de apatía en mi interior. La lista de cosas por hacer es larga. Tengo historias, tengo personajes que buscan ser plasmados entre líneas, pero también tengo una amarga sensación que va y viene, dentro de mí, cada cierto tiempo. Por las noches, sueño con vivencias extrañas, con personas conocidas y con rostros con los que me debí cruzar, pero no recuerdo. La razón por la que me fui a vivir un año a la playa, alejado -en cierto modo- de la ciudad, no fue por resignación, ni tampoco por falta de opciones. Necesitaba estar solo. Y, por eso mismo, terminé, poco más tarde, unos meses viviendo en el campo.

Estos días me replanteo dónde estoy, qué veo en el horizonte y cuál es el siguiente objetivo. Será cosa de junio, que siempre golpea por partida doble y me recuerda que estamos a mitad de año, que el verano (en esta parte del globo) se acerca y que aún queda mucho por hacer.

Pero lo que más me preocupa, no es nada de esto, pues asumo que se repite cada año. Por el contrario, percibo que necesito tomar distancia de esa necesidad por -creer- estar al día. La necesidad de estar presente en todas partes, ya sea física o virtualmente. No, no me estoy perdiendo nada y pienso que esto es bueno. Las conversaciones en los bares, en la calle, en los tejados… se vuelven superficiales. Algunos días no me interesa lo que sucede en mi pantalla, ni en la de la persona que tengo al lado, en el metro. Me pierdo entre las páginas de los libros, el único lugar donde floto, divago y me vuelvo a recuperar.

Cuando me siento así, es hora de echar el freno, derrapar aunque salga de pista y enfriar el motor. El cuerpo siempre envía señales y los pensamientos forman parte de éstas.

Cualquier día es perfecto para detenerse y pensar. El problema es que tememos caer por el agujero de la madriguera.