Destinos

Me preguntó que a dónde nos dirigíamos y le contesté que no tenía la más remota idea. Solía perderme con facilidad. Mi respuesta no le gustó y, poco a poco, su sombra se perdió por una de las grandes puertas del parque del Retiro.

Desde entonces, cada cierto tiempo, me paro a comprobar en qué momento de la vida me encuentro, hacia dónde voy, como cuando el perro tenía unos meses y me acercaba a su bol, para ver si se había terminado la comida.
Reconozco que no tengo respuestas para todo, ni siquiera para la mayoría de preguntas que me hago. Pero no me preocupa, porque no tengo miedo a los cambios, a lo que se pone por delante sin haberlo previsto, y esto es lo que determina el camino.
Un día me cansé de esperar, de soñar sentado mientras me dedicaba a otras cosas.
Desde ese día, han pasado más de diez años.

Esta mañana, al despertar, he visto por la ventana que aún no había amanecido, y me he dado cuenta de que el verano se apagaba. Sé que en unas semanas todo cambiará de nuevo. El entorno dejará de ser tierra árida, bancales de almendros y viñedos, para convertirse en grandes avenidas, hermosos paseos. Volveré a comprar vino en el supermercado y no en la bodega, pasearé por la Gran Vía enamorándome de las chicas que están o pasan por Madrid y me perderé por Embajadores como acostumbro a hacer. Y, mientras tanto, tendré idas y venidas, golpes de suerte y de confusión, porque sin unos, no apreciaría los otros.
Por eso no pude responder a su pregunta. Ni antes, ni ahora. Me sigo perdiendo con frecuencia, aunque he aprendido a encontrarme.