El mundo a nuestros pies

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Madrid vacío a las siete de la mañana. El bar de la esquina está abierto y un hombre sostiene una copa de brandy mientras le pega los últimos tiros al tercer cigarrillo de la mañana. Dicen que hará calor, aunque ahora rasca con gusto.

Los de la obra no descansan y ponen las máquinas en marcha. Están construyendo un complejo de lujo que sólo verán terminado y disfrutarán otros. Casi todo vendido, indica un cartel en lo más alto.

Preparo café y pienso en algunas notas que tomé el domingo. De vez en cuando, el documental de Bukowski me salta en Youtube. Y de vez en cuando, le doy a reproducir y me tumbo en el sofá con una cerveza sobre la mesa. Por las mañanas me peino como John Fante, haciendo estragos con las ondas de mi cabello, y me siento a escribir tras la primera cafetera. Sigo usando el mismo modelo desde hace años. Me resisto a pasarme al café de cápsulas, a pesar de que me haga parecer un poco más a George Clooney. Así que le regalé una máquina de esas a mi padre, y él me compró una cafetera italiana fabricada en Albacete. Todos los días se enciende el fuego en mi cocina y escucho el gorgoteo del café al salir.

En la puerta tengo una barra de hierro para colgarme y arrastrarme con los brazos y así creerme que estoy en forma, por si tengo que salir a pelear. Me siento bien al saber que mis manos sirven para algo más que escribir.

Madrid se vacía en estampida. La chica que me saluda en La Central se marcha a su pueblo aunque ella no crea en la Semana Santa y la que vende en la Casa del Libro aún espera a que le devuelva el mensaje. Le dije que volvería.

La estación de Príncipe Pío es un hervidero de personas ansiosas por llegar a casa. Mi coche sigue en el mismo lugar donde lo aparqué, sumando polvo, indicándome dónde me quedo yo.

Reconozco que me importa un carajo casi todo, pero está mal decirlo en sociedad. Tengo la suerte de salvarme cada vez que quiera con sólo pulsar un botón. Tengo jazz, tengo libros y tengo un montón de historias que contar, propias o inventadas. Tengo a mis pies una ciudad que respira sola; bares y cafeterías, algunos mejores, otros peores y pocos en los que me puedo sentar. Tengo cerca una estación de ferrocarril por si necesito pensar.

Tengo un libro en blanco bajo el brazo y una pistola con forma de teclado. Pero, lo mejor de todo, cada día, por muy mal que amanezca, tengo mi mundo a los pies.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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