El verano es contagioso

Photo by Etienne Boulanger on Unsplash

El verano me pone de buen humor. Quizá sea porque se contagia. Puede que hayan quedado atrás esas noches interminables por los callejones de Alicante, las chicas extranjeras que sonreían bajo los tubos de neón, los besos cuando terminaba la canción y ver el cristal empañado de la parte trasera del coche. También las noches en Tabarca, cuando la isla todavía era un lugar salvaje donde los turistas éramos nosotros; las latas de cerveza barata, los yates atracados de los niños bien, y las calas de piedra redonda a las que bajábamos a oscuras para desnudarnos con nuestro amor de verano hasta ver el amanecer.

Hace mucho de aquello, tanto, que me recreo en el recuerdo como una cinta de VHS antigua.

Con la universidad todo cambió, llevé algunas cosas al límite, me aventuré en viajes, hasta entonces, impensables, y terminé regresando al mismo lugar de siempre, a mi ciudad, sitio al que vuelvo, tarde o temprano, como si un campo magnético me arrastrara. Hoy, todo ha cambiado, porque, de no ser así, tendría un problema. A pesar de ello, me sigo poniendo de buen humor. Ya no me interesa el mar, al menos, lleno de gente.

Después de vivir casi un año frente a la orilla de la playa, me di cuenta de que la peor temporada es esta para mí.

Tal vez ya no me interese tostarme al sol rodeado de muchas otras personas, ni tampoco tenga ánimos para saludar a viejos conocidos.

Las latas vacías siguen estando ahí, pero me sienta mejor una botella de Ribeiro bien fría y mirar al infinito, recorrer el interior en el escarabajo en busca de un lugar tranquilo donde leer, escribir, cenar bien y bonito, y dormir bajo el polvo de estrellas, no sin antes cruzar carreteras secundarias perdidas, canteras de mármol, montañas de piedra rojiza, viñedos, largos bancales de almendros y ver la sonrisa de mi acompañante, su melena al viento y el pegajoso pero agradable olor a aceite de coco, porque el sol golpea sus rodillas y está obsesionada con eso.

Una imagen que se repite, que cambia de rostro, de tono de piel, de gafas de sol y extensión del cabello, pero que al final siempre resulta siendo parecida.

Quizá, por esta razón, y por muchas otras más, el verano me ponga de buen humor. Porque todo el mundo lo está y, al fin y al cabo, resulta contagioso.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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