Enfoque

Parece que fue ayer cuando terminé Sangre de Pepperoni en 2011. Han pasado más de seis años pero la sensación es la misma. Hace unos días terminé la última entrega de Gabriel Caballero, ‘Los Crímenes del Misterio’, la novela más larga hasta la fecha y la que más me ha agotado. Dejando a un lado las sensaciones que le quedan a uno cuando termina un libro (esto daría para otro artículo), lo más interesante es que me siento como si hubiera sido mi primer libro. Cada vez que acabo una historia, sin importar cuántas de estas haya escrito, siento que empiezo de nuevo, de cero. Es una sensación extraña, de incertidumbre y pena. La primera, por no saber cómo irá. La pesadumbre, tal vez proceda del hábito diario, de hacer un nuevo viaje con seres imaginarios que podrían ser reales (este tema también daría para otro artículo). Cuando termino las últimas páginas, me pregunto si todo este esfuerzo habrá valido la pena. Pensamientos que todos tenemos cuando nos esforzamos por algo, ya sea un libro, la preparación de un examen importante o un proyecto laboral. En un lugar remoto de nuestro ego, nos aterra la posibilidad de que echen por tierra nuestra labor o simplemente nos ignoren. Un comentario inoportuno, una falta de empuje. Cualquier cosa basta para lanzar nuestra ilusión al arroyo. Pero nos equivocamos. Es temporal y pasajero. Lo peor que nos puede pasar es que tengamos que hacerlo de nuevo. Eso es todo. No hay más. Repetir el proceso. ¿Hasta cuándo? La pregunta no es hasta cuándo tendremos que repetirlo sino hasta cuándo estaremos dispuestos a repetirlo. Cuando tenemos una visión que domina nuestras acciones, no importa lo que se ponga en nuestro camino. Tenemos enfoque.

Dicen que es importante disfrutar el proceso, que lo que importa es el camino y puede que tengan razón. No me imagino levantarme sin algo por lo que luchar, con la idea de haberme pasado ‘el juego de la vida’. Siempre necesitamos algo, pero a nuestro alrededor existe quien carece de enfoque. Hay quien corre porque es sano y otra gente que lo hace porque no le encuentra el sentido a su vida. Hay quien trabaja duro para ganar dinero y dar un salto de calidad en su vida y hay quien se gasta el dinero en placer a corto plazo y cosas que no necesita. Correr es sencillo, lo complicado es aguantar. Tocar un instrumento es también sencillo, lo difícil es luchar para que te paguen por él. Trabajar en una tienda también es muy simple, lo complicado es aguantar más de dos meses tratando con personas. Todo, incluso lo más banal, nos pone a prueba.

Nos han metido en la sesera una meta de éxito inmediato, cuando somos los primeros que ignoramos aquello que no nos ha costado esfuerzo.

Sólo avanzan quienes saben que callarse y mirar hacia delante es más provechoso que abandonar la oficina, sacar el teléfono y volcar su odio en las redes sociales, por no mencionar la televisión o los estúpidos vídeos de internet. Indígnate si lo necesitas, si quieres, pero no dediques el resto de tu día a ello. Desde hace tiempo ignoro los debates virtuales porque si me importan un bledo en la realidad, ¿por qué debería participar en ellos con personas que desconozco? Enfoque. Aparto de mi vida los problemas innecesarios. Si queremos cambiar algo, necesitamos enfoque, disciplina y energía. Y que no nos importe cuántas veces repitamos algo si eso nos acerca más a nuestro resultado. Al carajo eso de caer y levantarse, porque ponerse de pie para quedarse sólo tiene sentido cuando aprendemos algo y si no, más vale marcharse por otro camino. Tenemos los recursos que necesitamos, tenemos internet pero lo que no podemos tener es una excusa.
Sea cual sea nuestro miedo, es hora de terminar con él, echar la carne sobre el asador, darle la vuelta y quemarse cuando toque, pero nunca, nunca, nunca, perder nuestro enfoque.