Es por tu salud

Es por tu salud

Creo firmemente en la importancia de tener el alma tranquila. Y digo alma y no conciencia, porque para mí, son dos cosas diferentes. Hace unos años conocí a un tipo que también vivía en el extranjero. Él era director de cine, había estudiado para ello, también había escrito varios cortos, incluso dirigido, y hasta había logrado cierta repercusión en los festivales más reconocidos de Estados Unidos. Siempre contaba la historia, de cuando trabajó en el extranjero o hacía lo que le apasionaba. Siempre lo contaba utilizando formas de pasado remotas, como si las cenizas de todo aquello hubiesen desaparecido, como si perteneciera a otra vida, a otra persona. Con el tiempo, dejó de hacer todo lo que le mantenía conectado con este terreno, para pensar con la lógica. Muchos me decían que era su pareja, que lo había castrado psicológicamente, neutralizándolo, reduciéndolo a cero. Tal vez. Yo creí lo mismo al principio. Se había convertido en una persona llena de odio hacia los demás, hacia su entorno. Sudaba envidia, rabia, celos y prepotencia. No necesité demasiado para darme cuenta que, de su espalda, colgaba una lista de complejos y frustraciones, creadas únicamente por él -y no por su pareja, como muchos pensaban, ya que su pareja no es más que eso, alguien que lo acompaña-.
Su vida siguió, le perdí la pista, así como se la perdieron todos, ya que era muy dado a enemistarse sin hacerlo público, hablar mal de otros y criticar sin descaro por las espaldas. Al final, todo se sabía, incluso en las ciudades grandes y tenía que crear nuevos grupos de amistades -que terminaba cerrando posteriormente, o desapareciendo de ellos-. El poco tiempo que compartí con él vi que, además de engañarse a sí mismo (volveré a escribir, me pondré pronto y demás excusas que nos inventamos para engañarnos a nosotros mismos), siempre estaba alterado. No podía disfrutar de la paz de la tranquilidad, porque su alma seguía agitada.
Estos días de vacaciones, sigo levantándome pronto para hacer lo que más me gusta: escribir. Teclear y leer, continuar con la rutina. Liberado del estrés de la gran ciudad, el ruido de motores y rodeado del buen tiempo, me siento en un momento zen, en un limbo emocional y físico, en el que no me puedo sentir mejor porque creo haberlo alcanzado todo.
Estos días me pregunto si, durante estos años, hubiese tirado la toalla en algún momento, regido por mis frustraciones -o las de otros, como pasa normalmente-, superado por la presión o dejando morir mis sueños por no ser una realidad posible para las personas que me rodean.
Como la de esta persona, hay otras muchas almas agitadas pululando por ahí, sembrando el desorden, molestando o ardiendo en sus propias brasas -salpicando a quien camina cerca-.
Mejor alejarse y no pensarlo demasiado.
Dejar al alma apenada, es lo peor que podemos hacer.
Y no es por dinero, fama o ego.
Es por salud. Y la salud, en esta vida, al final lo es todo.