Feliz, pero no contento

Hoy suena Kurt Vile en casa, sin avisar, cantando una de esas canciones que me llevan al pasado. Hace un año, la misma canción sonaba por mis auriculares. Recuerdo despertar en Dubai, a treinta grados en pleno octubre, y ver una monstruosa ciudad de torres de edificios vacíos, de tierra y desierto. Recuerdo estar en la cubierta de un yate con un puñado de gente interesante y montones de botellas de alcohol de etiqueta, disfrutando de un verano sin fin, improvisado pero placentero, y recuerdo sentirme como una mierda porque, una vez más, desconocía hacia dónde se dirigía mi carrera literaria. Feliz a medias por haber dado el salto a la capital y haber firmado un contrato editorial por una novela que ni siquiera había escrito. El bofetón llegó a la vuelta de mi viaje, tras haberlo pasado en grande siendo otra persona por unos días. Era el momento de trabajar, de seguir escribiendo, y estaba falto de oxígeno.

Las semanas pasaron, el frío invierno de la capital me congeló por fuera, pero no por dentro, y bailando con mis demonios internos, fui colocando los ladrillos en su sitio, superando con creces mis propias expectativas y asegurándome la existencia como juntaletras.

Un año después, vuelve a sonar Kurt Vile con la misma canción. Se me revuelven las entrañas. Echo la vista atrás y contemplo el progreso pero, como aquel día soleado en la cubierta del yate, me siento feliz pero no contento, porque tengo facilidad para no regodearme en las victorias que obtuve por lo que hice, fui o logré. Al carajo con eso. Me importa tan poco el camino ya pisado, que sólo tengo ojos para mirar hacia delante. Hoy suena Kurt Vile y despierto en un día nublado, escéptico y sabiendo hacia dónde me dirijo, pese a estar falto de oxígeno en ocasiones. Porque, si de algo sirve la experiencia, es para aprender a entender los ciclos y cómo estos se repiten. A diferencia de hace un año, sé de lo que soy capaz y por eso, quizá ahora, ya no me tengo miedo.