Hiperconectado

Tengo la suerte de contar con amigos que todavían saben cómo estar presentes en un mundo hiperconectado. Soy de los que piensa que algunas cosas no deberían cambiar, al menos, no demasiado.

Desconozco lo que nos deparará el futuro aunque, como todo, lo que se experimenta, difícilmente se llega a olvidar.

No obstante, en una sociedad que requiere más y más atención, no todo el mundo es capaz de ver lo que tiene delante sin pensar en otros quehaceres.

Unos de mis momentos favoritos de la semana, cuando cumplo con mis expectivas, cuando la válvula de escape es más que necesaria, son las reuniones sociales, las horas en los bares, los momentos de sombras y experiencias, las confesiones frente a la vitrina de los encurtidos.

Al comenzar la madurez, pasamos la mayor parte del tiempo entre ruido de cafeteras, máquinas tragaperras, partidos de fútbol y barras de aluminio.

Sin ellas no sería quien soy, con mis virtudes y defectos. Sin ellas, tampoco escribiría, ni alimentaría la visión que tengo ni su porqué.

Demasiadas muescas en las mesas, demasiados botellines vacíos decorados de verborrea idílica y transitoria que termina perdiéndose de madrugada.

Hace tiempo que pruebo a ponerme en el otro lugar, en la mirada de quien trabaja y no en la de quien disfruta. Y no lo hago como acto solidario, sino como estudio de otra perspectiva, de otra forma de pensar, porque la mirada de una persona no es más que la representación de su realidad.

Desde que escribo, empatizo con agrado con quien ofrece, en lugar de quien pide.

Y, después de todo, me doy cuenta de que, sin pretensiones ni valores enlatados, cualquier oficio puede ser gratificante; que los días buenos existen según cómo se miren y que las casualidades tal vez sucedan, pero no forman la mayor parte del pastel llamado vida diaria.

Estar presente es la clave para entender que cada momento es único.

Hoy, ayer, mañana y ahora.