Hubiera sido peor

Hacía frío y él estaba orgulloso de lucir camisa blanca. Vagaba por las calles de un lugar apestado de coches caros, ciudadanos con abrigos de paño y bolsas con regalos, de alumbrado colorido y calzadas amplias. En busca de café y con periódico en mano, miraba por la ventana de los bares eligiendo el adecuado para entrar. Tras quince minutos de camino cuesta abajo y un viaje de bus, topó con un local de fachada roja y ventanas cuadradas. Entró, pidió un capuccino con poca nata y se sentó junto a la ventana. Entonces se imaginó a sí mismo un cuarto de hora antes observando desde el otro lado.

Tenía una cita en hora y media. No era su novia, ni su amiga, sólo una conocida, y aunque le resultaba lo suficientemente atractiva para acostarse con ella, asumió que no podría enamorarse jamás de esa persona. No era inseguridad sino vacío. Cada vez que tenía sexo con desconocidas, una mancha oscura devoraba trozo a trozo su hígado, mordía los pulmones hasta que sangraban y apuñalaba sus intestinos. El placer de follar era su dolor.

Sacó su teléfono del bolsillo y le mandó un mensaje con la dirección del sitio. Mientras esperaba, hacía garabatos en el periódico. Un rato después, ella empujaba la puerta.

Era delgada, castaña y no muy alta. Vestía un jersey ajustado que permitía ver el color de sus braguitas cuando caminaba y una bufanda con borlas que le ocultaba la boca.

Se dieron la mano y comenzaron a hablar. Ella estaba nerviosa y apoyaba su barbilla sobre las manos cuando él contaba una historia. A veces reía tímidamente y durante segundos. Conversaban acerca de libros y sobre carreras literarias que iban a ningún lugar. Entonces él se levantó, la cogió del brazo y huyeron corriendo del bar sin pagar. La adrenalina subía pese al frío de la calle. Y a toda velocidad, tropezaron con personas, cayeron, se levantaron y continuaron hasta que en la tercera calle se abalanzaron simultáneamente para juntar sus lenguas, introducir sus manos en los pantalones y acariciar los genitales con las yemas de los dedos.

Pero sus cuerpos se separaron y las manos volvieron a sentir el frío. Ambos se miraron sin comprender que había pasado, como si el instinto más animal de cada uno hubiera salido con una mirada. Él tenía las pupilas dilatadas y ella los mofletes colorados. Él le ofreció su mano y ella le abrazó. Ambos rompieron a reír.

Durante las siguientes horas escucharon discos en una vieja tienda del sur de la ciudad, compraron una hamburguesa en un puesto ambulante y discutieron sobre lo raro pero genial que estaba siendo todo.

Llegando a casa de él, cruzaron de la mano un paso de peatones. Ella notó que le faltaba algo y vio su monedero en el centro de la vía. Él sintió cómo perdía algo más que su cartera.
Ruidos, gritos y bocinas fueron suficientes para advertir. Un taxi impactaba frontalmente contra el cuerpo de la chica, disparándola contra un edificio como si fuera un dardo.
Todo el mundo corrió, el suelo estaba lleno de sangre y algunos vomitaron al ver cómo los intestinos salían del abdomen.

Él desde lo lejos, encendió un cigarro y respiró aliviado.
Follar hubiera sido peor para él.

Relato escrito el 1 de diciembre de 2010. 

Hace cinco años, ya estaba mentalmente jodido.