Jugando tu partida

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El cartel luminoso del centro comercial refleja en la ventanilla del coche mientras espero en el semáforo. Pese a ser tarde, el centro de la ciudad es un hervidero humano en busca de un poco de diversión.

La temperatura es agradable fuera, así que bajo el cristal y dejo que la brisa me acaricie la piel. El cristal de neón de la radio me indica que ahora viene mi canción favorita.

Me acerco a la glorieta de San Bernardo, veo los taxis aparcados en frente del Iberia y recuerdo que, hace mucho tiempo, escribí una escena ahí mientras soñaba que regresaría en algún momento dado.

Ese momento es ahora, ya no necesito soñar porque estoy aquí y es, entonces, el momento en el que me doy cuenta de que el camino es largo, pero satisfactorio.

Hoy la ciudad no es tan grande como parecía en mi recuerdo trece años atrás. Las canas que me pueblan la cabeza son el archivo de la sabiduría.

De repente, me vienen a la cabeza imágenes de aquellas tiendas del pasado a miles de kilómetros de aquí, de noches enteras conduciendo por el asfalto helado. Días en los que no había aún nada construido y estaba todo por hacer. Un escalofrío me eriza el vello de los brazos.

Siento que estoy en el mismo lugar, en el día uno, en esa posición de salida con las piernas flexionadas, mientras espero el disparo de inicio.

Otra carrera. Siempre hay otra carrera por correr y siempre la habrá mientras el corazón continúe latiendo. La luz sigue en rojo.

A veces, tengo la sensación de que todo el mundo ansía llegar al poco de empezar, sin apreciar la transformación que nos proporciona el propio proceso. La épica es romántica, funciona muy bien en las conferencias de autoayuda y motivación empresarial, pero la práctica es la canción del disco que todo el mundo pasa.

Sinceramente, llevo diez mil horas en una labor diaria y sigo sin ser un experto.

El aprendizaje es constante y necesario y el único peligro que se debe evitar es el de ser una víctima más de la vorágine de lo rápido y efímero. La cultura del me gusta y la gratificación instantánea.

El segundero se congela, me doy cuenta de que soy un jugador, de que siempre lo he sido y, por ende, no entiendo otra forma de ver la vida si no es como un juego.

Pasar de ser espectador a participante.

Así todo es más emocionante.

La luz se pone en verde, meto primera y piso el acelerador.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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