La magia del lugar

Hace un año exactamente, pasé unos meses en el lugar de la fotografía. Después, me marché a Madrid a comenzar una nueva vida. Doce meses después, regreso con un buen sabor de boca, pero dispuesto a reencontrarme con la tranquilidad de este lugar.

El perro ha crecido, tengo más canas en la cabeza y el listado de obras que cargo a mis espaldas se ha alargado un poco más. Cuando me fui de aquí, poco después, sucedieron una serie de eventos que, poco a poco, fueron dando forma a mi visión como escritor, a mi carrera personal y, por supuesto, a mi modo de entender las cosas.

Pero, dejando la suerte y los factores externos a un lado, por alguna cuestión que todavía desconozco, mi periplo por estos lares me ayudó a pensar con claridad, a tramar un plan que, más tarde, llevé a cabo.

Es importante mantener la magia de algunos lugares.

Con el tiempo, le he perdido esa estima única y especial a la mayoría de los sitios en los que he estado. El brillo se desvanece, nada impresiona tanto como la primera vez y las calles centrales se convierten en la copia de una copia.

Tal vez, esa inspiración divina podría haber llegado estando en otro lugar. No lo sé. Ocurrió aquí y, por ello, un manto de misticismo ahora cae sobre la tierra seca.

He venido a escribir, a leer, a tomar notas en cuadernos amarillentos y a definir el rumbo de la travesía que queda hasta final de año, así como la que continuará en 2020.

El horizonte es cada vez más hermoso.