Las cosas que no son importantes también se mencionan

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La página en blanco. El ritmo del silencio. En ocasiones, la soledad no es suficiente para encontrar la calma. Dicen que miremos en nuestro interior, que ahí se encuentra todo lo que necesitamos. En estos momentos, en mi interior, sólo hay ruido, mucho ruido. Acordes de guitarra desafinados, voces que no llegan a tono, un pianista borracho y gente que habla por teléfono con otros. Así escucho a mi interior en estos días. No es de extrañar que haya tanta gente con auriculares. Escribo para mantenerme en forma, como el que corre sin plantearse una maratón. Decido tomar el café sin azúcar, porque he escuchado que es más sano. En esta subida al Everest, se acepta decir en voz alta que se está hasta los cojones de todo. Dime que tu vida pasa como un viaje en taxi sin destino en una ciudad nueva; mirando por la ventanilla, envidiando la vida de otros, los mismos que suben al taxi mientras esperas a tu autobús. 
Que sí, que no pasa nada. Posiblemente tú también estés hasta los cojones. Es muy fácil cargar esa mochila emocional que todos llevamos, cargarla de cosas inútiles, de responsabilidades banales y pensamientos tóxicos. Es tan fácil que no nos damos cuenta y, tal vez, por eso lo hagamos. El teléfono indica que en diez minutos habrá tormenta. Yo lo creo, me hago mis planes, me agobio, chaqueta sí, chaqueta no, y dónde demonios meter el paraguas. Estamos casi en agosto, así no hay quien viva, pero si el teléfono lo dice, habrá que hacerle caso.

Las novelas son otra forma de gritar, de terapia. Hay quien prefiere la honestidad brutal. Eso está muy bien, suena muy mercantil pero, a la larga, cansa y aburre. Nadie quiere escuchar tus problemas existenciales de por vida. En mi caso, prefiero relativizar, descargar mi rabia en otro lugar, en otro mundo, en otros personajes, sean reales o no, y si no lo son, mejor, porque así nadie sufre, sólo ellos -y quien lee después-. La novela -como el grito- es una transfusión de energía, de mala leche. Unos suenan más que otros, unos hacen historia, unos se resquebrajan o no llegan. Muchos, ni siquiera son escuchados.
Por tanto, nunca le preguntéis a quien ha escrito el libro, la razón de ello, porque mentirá, no sabrá qué decir y acabará con un relleno insustancial que aburrirá hasta a las rocas de la playa. Quería gritar, eso es todo, pero no lo hizo, escribió una historia.