Lento

Ayer leí un artículo en el que un sociólogo decía que internet nos hace más tontos. Yo no puedo estar menos de acuerdo, pero entiendo que haya quien prefiera caminar siempre mirando hacia atrás.

Hoy no tenía intenciones de escribir nada y, sin embargo, aquí estoy. Un lunes atípico, la gota fría ya ha pasado, desayuno con la familia y tomo rumbo hacia el mar. Mientras conduzco, se dibuja una sonrisa en mi rostro al ver el sol.

Chet Baker canta Let’s get lost y pienso en lo que ha sido mi fin de semana, nada fuera de lo normal, aunque especial por haber dado carpetazo a una novela en la que he gastado mucha energía.

Pensé que la mejor forma de celebrarlo era regresando a la ciudad, juntándome con amigos entre barras de bares de aluminio y vitrinas de cristal con tortillas de patata, boquerones en vinagre y ensaladilla rusa.

Y no me equivoqué.

Un aperitivo, una siesta, un paseo por donde abandoné mi infancia, dormir diez horas, leer páginas de libros que no he terminado, compartir una película de la televisión, desconectar por un día de las emociones fuertes.

Al volante, observo las palmeras que encuentro por el camino viejo que me lleva hasta la playa. Me relajo y respiro. Ir a noventa y no a cien, por ninguna razón más que la de estirar el viaje. Aún queda mucho por hacer, pero se hará y punto. Y es que no conviene ser nuestro peor enemigo. Ni hoy, ni nunca.

Momentos como este son los que me traen de vuelta al presente, al hoy, a la vida y a la razón por la que estamos aquí. Momentos que pronto olvidamos, dejándonos llevar por lo que nos dicta la cabeza.

Encontrar la felicidad en las cosas simples del día a día, en eso que algunos echan de menos para criticar el mundo moderno.

No es necesario compartirlo todo, ni siquiera esto, para ser feliz, para tener una vida plena, para entender por qué estamos aquí.