Límites

 

Rallo tomate, tuesto pan, preparo café para dos y tarareo una de esas canciones que se quedan pegadas sin razón alguna.

Las fuerzas me flaquean, la cabeza no me responde como debería y siento que ayer me excedí con la euforia.

Reconozco que me pierdo con facilidad: en las calles, en las conversaciones, en los detalles… Pero nunca he tenido miedo a perderme, y tal vez esa sea la razón por la que tanto lo hago.

Disfruto cada momento, sudo cuando es necesario y río cuando lo merece, pero hace ya mucho tiempo que nunca me arrepiento de lo realizado, de aquello a lo que debo renunciar para pasar a otra fase, a pesar de que el resultado sea favorable o no.

Muchas personas se ahogan haciendo aquello que creen que deben hacer mientras observan la vida del vecino. Y eso no debería ser así.

Más que plantearnos lo que queremos, tendríamos que empezar por cómo lo queremos. Un determinado estilo de vida tiene limitaciones, es moldable y, en ocasiones, se llega a convertir en un arte.

No se trata de conformarse con lo que se tiene, sino con aceptar el riesgo y sacrificio que puede acarrear alcanzar eso que anhelamos, y preguntarnos si estamos dispuestos a llevarlo a cabo.

No se trata de vivir al límite, sino de señalar dónde ponemos los nuestros para que todo fluya.