Llamar la atención

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Una semana agotadora. Sienta bien el trabajo realizado, saber que estás avanzando, aunque no lo veas. Reduzco las horas de sueño, escribo, respondo correos y doy largos paseos con y sin mi perro. Cruzo Alonso Martínez en una fría tarde otoñal que se acerca al invierno. Giro el rostro, dejo atrás esas calles que bajan por Malasaña y me acuerdo de un yo, más púber, perdiéndose entre las baldosa, doce años atrás. 

El camino a casa es largo, pero no me importa. Nunca me canso de ver los rostros de la gente, ver hacia dónde van. También me fijo en las fachadas de los edificios, en sus balcones, en los rótulos luminosos de los bares y las tiendas de ultramarinos.

Llego a la terraza de un bar, una cafetería de esas donde guardas ciertos momentos importantes en tu vida -y por ende, le tienes cariño-. Repiten caras, conocidas a medias. Conversaciones que hoy suenan distinto. Una, es casualidad. Dos, hay que prestar atención. Pesos pesados de una industria en problemas. Escucho un rato, a medias, luego cambio de frecuencia. Intercambiamos miradas. 

Las mías de curiosidad, las suyas de desprecio. Saben quién soy y yo sé quiénes son ellos. Por suerte, tengo muy claro hacia dónde voy y la conciencia tranquila por lo que hago, por lo que no me importa comer solo.

Hay quien piensa que hacer ruido es la mejor forma de que te escuchen, pero yo soy de los que prefiere las palabras para escribir y los actos para manifestarme. Nadie se para a escuchar una mosca, pero todos miran atentos al lobo cuando se deja ver.

Es necesario enterrar el ego y la vanidad que tocan a nuestra puerta de cuando en cuando, buscando esa aprobación ajena que no sirve de nada. Si quieres hacerte notar, da lo mejor de ti y no pienses en ello. Los más famosos nunca se esforzaron por llamar la atención.