Los deberes del verano

Agosto se agota. Las vacaciones del verano europeo llegan a su fin. Pronto, todos nos tomaremos un respiro de las redes sociales, de los lugares de ensueño, de los momentos mágicos que, en realidad, no fueron para tanto.

Me alegro de volver a estar en forma física. Digamos que pasar un tiempo alejado de la ciudad, me ha ayudado a entrar en razón, a trabajar mejor, a regresar al ejercicio. Correr limpia la mente, los pulmones y te enseña a superar límites, a respetar un poco más lo que haces, a entenderte mejor. Pero el desafío comenzará cuando me marche de aquí. Durante un año, mi disciplina ha sido nula.

Este verano he tenido tiempo para publicar (Falsa Identidad, Origen), pero también para leer. Destaco Break up with your phone de Catherine Price, no sólo por ayudarme a comprender, de un modo consciente, cómo el teléfono ha terminado copando nuestras vidas, sino también el efecto de la red en estas.

Comencé a darme cuenta de que existía un problema en mi vida cuando no era capaz de pensar sin hacer alusión a cómo luciría en mi versión digital. Triste pero cierto. Por esa razón, en 2020 me he propuesto aplicar la ley de Pareto y vivir un 20% en línea y el 80% desconectado. Eso no significa que descuide lo que hago. En absoluto. Tengo que averiguar cómo ese 20% abastecerá el 80% de mi presencia. Eso es todo.

De todas formas, todos sabemos que en Instagram no se venden libros.

Novelas he leído unas cuantas. Cómo ser buenos de Hornby, Rescate Gris de mi amigo Cristian Perfumo -que saldrá en papel en breve con Suma de Letras-, Fiesta de Hemingway, La Estrella del Diablo de Jo Nesbø y Juego de patriotas de Tom Clancy.

Tengo en la recámara Mensajes Ocultos de Luis A. Santamaría y  Qué vas a hacer el resto de tu vida de Laura Ferrero, pero caerán en otoño.

Ahora mismo estoy leyendo Nacer, crecer, Metallica, morir  una biografía del grupo llena de detalles, entrevistas y con un hilo argumental que la hace fácil de leer. Me gusta.

Es diferente a The Dirt (la de Mötley Crüe), que parece más novelesca (quizá porque la escribió Neil Strauss), y desgrana con testimonios, propios y ajenos, todo lo que pasó.

Hay un mensaje que se repite a lo largo de la historia. El grupo jamás tuvo espacio en los medios, pero tampoco lo necesitó. Crecieron demostrando su valía, sacando discos y llenando salas. Cuando estos les abrieron las puertas, estaban suficientemente curtidos para mandarlos al carajo o actuar como les viniera en gana.

En parte, es la actitud que echo en falta en el ámbito de la escritura. Quizá, porque rara vez ha existido.

Pero los tiempos están cambiando.

Por otro lado, también he tenido tiempo para ver los tres documentales de The decline of western civilization. Todos en Youtube. No están mal para pasar la tarde pero, en mi caso, suelo ser bastante monotemático.

Sinceramente, desde que las guitarras pasaron a un segundo plano, en general, me resbala bastante lo que esté en boga.

El mes se acaba, me vuelvo a Madrid siendo un poco más el yo del mañana, y algo menos el del ayer. Visitaré centroeuropa, años después de marcharme de allí, para ver qué se siente al regresar al lugar que te adoptó por un tiempo.

Siento que he hecho los deberes, aunque aún quedan unos meses por terminar.