Mi lucha, mi feudo, mis pensamientos

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Ahora que empieza la campaña electoral, ahora que termino una pausa para regresar recuperado, ahora que me acerco a los treinta con mas ahínco que nunca, ahora que es el momento de escribir esto regreso a mi feudo, a mis pensamientos y me blindo ante lo que está por llegar.

El año ha comenzado con fuerza, con un ímpetu valeroso y con varios acontecimientos que me han obligado a replantearme ciertas cosas, tanto a nivel personal como profesional. Dos novelas terminadas, más de seiscientas páginas escritas, un puñado de novelas de detectives leídas, mi primera experiencia en la universidad como profesor y un montón de discos de rock escuchados que creía olvidados han sido parte de lo que he aguantado este mes.

Razones por las que me he visto abocado a tomar distancia de las redes, de Internet, de mis perfiles sociales, de mis comentarios en línea, de los correos electrónicos y de este mundo abstracto por el que corren las emociones.

Poseo la fortuna de tener un plato de comida, un techo, un sitio donde dormir y una cartera que me permita los pocos vicios que tengo. Pero, sobre todo, tengo la suerte de poder escribir horas y horas en una habitación sin que la conciencia social, la opinión pública y el malestar general de algunas personas me roce.

En realidad, tengo mucho más, pero soy de los que se contentan con lo necesario.

Cada persona debe librar su propia guerra y enfrentarse a los demonios que lleva dentro. El éxito de cada persona es tan relativo como una opinión, siempre y cuando lleguemos a él por satisfacción propia y no por aceptación social. En ese caso, estaremos bien jodidos.

Para mí, existe una gran diferencia en ayudar a quien lo necesita y sentir pena por esa persona. En ninguno de los casos creo que la conversación deba alargarse demasiado. Lamentarse no sirve de nada y las habladurías nos consumen.

Quizá por eso nunca me han interesado ciertos discursos, ciertos dogmas o lo que tenían que decir ciertas personas. Prefiero no entrar al trapo, seguir mi código y buscar la manera de ser feliz, algo de lo que poco se habla o, si se hace, es previo pago. He visto siempre la vida desde la esquina, como el viejo del pueblo que pasa la tarde junto al visillo en una silla de mimbre. Suficientes horas al sol.

Tenía miedo a los treinta, pero ahora mis fobias son otras. Siempre he creído que una persona sin temores es un potro desbocado. Por eso, no importa quién seas si, dentro de lo que cabe, aceptas quien eres. Mírate al espejo y pregúntale a quien tienes delante y, de paso está, si todo eso por lo que luchas sirve para algo en tu vida. Y si no, deja ya de esconderte.

Ponte los guantes y pelea por tu feudo.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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