Menos

Menos es más.

Más silencio, menos ruido.

Menos ruido, más reflexiones de calidad; menos notificaciones, más tiempo libre; menos variedad, más apreciación.

Menos palabras, pero más significativas.

Cada cierto tiempo siento la necesidad de simplificarlo todo, eliminar lo innecesario y quedarme con la esencia.

Incluso este texto.

“Las formas primarias son las formas bellas, pues tienen una lectura clara.” — Le Corbusier.

Cuando vivía en el extranjero, recuerdo que me prometí no acumular más de lo que cupiera en las dos maletas que me había llevado conmigo.

Pasaron cuatro años y regresé con el mismo equipaje.

Simplificar es mi purgación más íntima, la forma de encontrar sentido a lo que hago y tal obsesión la he llevado a todos los campos: el trabajo, la escritura, el menú de mi teléfono, las posesiones, las amistades, los seguidores, las relaciones más personales.

Simplificar los colores, los tonos, los espacios. Me abruma el exceso y me convierte en alguien que no quiero ser.

Partiendo de que llegamos a este mundo desnudos, desde muy pequeños nos sobrecargan de juicios, normas, leyes, patrones. Reglas que no razonamos -porque no somos capaces todavía- y que digerimos como si formaran parte del ecosistema, sin llegar a plantear si están bien o no, si realmente las necesitamos para seguir respirando.

Después llegan las depresiones, la ansiedad en el trabajo, las insatisfacciones, los dramas familiares y la presión de hacer o llevar la vida que no deseamos, mientras nos acostamos pensando en lo que podría haber sido y no fue.

Al final, terminamos deseando que nos toque la lotería, aún sabiendo que esto tampoco sucederá.

Por tanto, siempre hay algo que simplificar, limar, depurar. Y es ahí, donde reside la belleza de lo puro.

La mayoría de gente tiende a pensar que el minimalismo (o como se le quiera llamar) es una excusa y una moda pasajera para aquellos que no pueden alcanzar los objetos de valor, pero no se puede estar más equivocado.

Reducir lo que hacemos a lo esencial, nos ayuda a ganar tiempo, salud, a sentirnos menos ataviados con el ruido de fondo, a enfadarnos lo justo y a entender que lo superfluo no es más que una pérdida de tiempo.

Vivimos en un momento en el que internet se convierte en un vertedero de basura y en una mina de oro a partes iguales. En gran medida, las redes sociales son un foro de fieras, de opiniones descabelladas, de respuestas estúpidos y pasionales propios del mordisco de un animal.

Comentarios que, de un modo u otro, nos afectan.

Separar la paja del trigo nos ayuda a encontrar quienes somos realmente y no quienes fingimos ser, a deshacernos de las caretas que usamos para diferentes ocasiones, como si de un carnaval constante se tratara.

Clarificar nuestros razonamientos nos ayuda a parar, a decir basta, a decir no a esa cena en el restaurante japonés porque preferimos quedarnos en casa con una copa de vino, el sofá y una buena lectura. Y está bien.

Un ejercicio sencillo y práctico que hago a menudo es el siguiente.

En un papel, escribo:

– Las tres actividades que me hacen realmente sentir bien
– Las tres personas que me hacen realmente sentir bien
– Tres objetivos que tengo a corto (este mes), medio (seis meses) y largo plazo (un año) y que quiero lograr

Sólo tres puntos.

Una vez los tengo, el resto es secundario. ¿Estoy sacando suficiente tiempo a diario/a la semana para ellos? Si no es así, algo no funciona.

Esto es un ejemplo, pero es aplicable a nuestro trabajo, al dinero, a los objetos que compramos o que ya poseemos, a nuestra pareja, a los viajes a otros países que hacemos para desconectar (¿De quién, de nosotros?), al vestido nuevo que sólo usaremos una vez, a ir a la moda, a ese grupo de personas con las que quedamos a menudo pero que nos agotan nada más verlas, a comprar más y más libros que no vamos a leer, a comer hasta hastiarnos, a las comidas familiares que son un pozo de pesadumbre, a ese regalo inútil que se morirá de pena en un cajón (por no herir a la persona que nos lo regaló).

A diferencia de lo que muchas personas piensan, simplificar tu vida, tus pensamientos o tu entorno, es mucho más que una tendencia escandinava que nos venden en un libro, no está arraigado a llevar una vida de carencias y tampoco está reñido con comer caviar, viajar a Los Ángeles o llevar un reloj de oro.

Invertir el dinero en experiencias, objetos y placeres, siempre y cuando se disponga de éste, y con un propósito claro, es algo positivo y no tiene por qué ser un pecado, sino todo lo contrario. La vida está para vivirla como se desee.

El problema reside en las frustraciones que llegamos a padecer cuando vemos a otros llevando esa vida de [aquí nuestra carencia] que jamás construiremos, fijándonos más en lo que no tenemos (y ellos sí) en lugar de cuestionarnos por qué nos sentimos así y comprender que la aguja de nuestra brújula nos indica que tomemos otro rumbo.

“Aquello que miramos y no podemos ver es lo simple” — Lao Tse.

Pero es más simple que todo eso. Desconecta, agarra un papel y un lápiz, escribe. La vida es un bombeo, una respiración, un sube y baja, y no hay más.

Nos iremos como llegamos, sin saberlo, y de ti depende que ese viaje merezca la pena. Lo demás es irrelevante.