Mi rutina

 

La sensación de embriaguez al comenzar la mañana. Reconozco que estoy poniendo el motor a su máximo rendimiento y me sorprendo al ver que no estoy tan cansado como había imaginado.

La alarma suena a las seis, últimamente tengo sueños extraños que recuerdo de forma vívida durante los primeros minutos del despertar. Imágenes extrañas del pasado, reencuentros con personas que creía haber dejado atrás y otras que nunca he llegado a conocer.

Me levanto, me bebo un par de vasos de agua y me voy con el perro a dar un paseo. El frío azota, pero desde hace una semana es más llevadero. Aún recuerdo los días en que me dolía sujetar la correa y el aire gélido se colaba por el cuello del abrigo.

Sólo pienso en una cosa, en regresar al cuarto donde sucede la magia. Cuanto más escribo, más tengo que decir, más disfruto lo que hago.

No quiero salir de ese capítulo, deseo quedarme en esa escena para siempre.

Regreso, preparo café y enciendo el ordenador. Tengo notas mentales de recados que nunca llego a hacer: reparar el ordenador (desde hace un par de meses sólo funciona conectado a una pantalla), ir a la peluquería… Esta semana lo hago, me digo sin convicción. Una vez canta la cafetera, el perro se apoltrona en su cama porque sabe que no habrá desayuno hasta las ocho. Me duelen las articulaciones, a pesar de que la silla que compré en Ikea me ayuda a sobrevivir.

Finalmente me siento, abro el navegador, comparo los números con los del día anterior, me pierdo en noticias irrelevantes y, de pronto, soy consciente de que los minutos vuelan. Agarro el teclado, abro el editor de texto online (ahora tengo la obsesión de perder lo que escribo, así que uso aplicaciones en la nube por si el ordenador se apaga sin avisar).

Madrid, Dubái, Copenhague… Otro día más viajando por ciudades que visité en su día desde un cuarto con una ventana.

No me puedo quejar. Pensándolo bien, aquí tengo más espacio que en un vuelo de clase business con Emirates.

Cuando me dé cuenta, habrán pasado doce horas, habré escrito más de veinte folios y tendré la sensación de haberme tomado cuatro cervezas, aunque sólo haya bebido agua y algún que otro té.

Cuando me dé cuenta, me habré olvidado de las cosas mundanas que nos absorben el día a día y me iré a dormir sintiéndome pleno y realizado.

Stephen King suele decir que escribir es un estado hipnótico. Yo no sé lo que es, pero no me importa pasarme el resto de la vida averiguándolo.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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