Microcosmos

Una decena de proyectos se agolpan en las páginas de mi libreta de noche: pensamientos, planes a corto y largo plazo, metas que algún día pienso alcanzar.

Nunca conoces lo que vendrá después, pero no puedo estar más agradecido al saber que no me faltan las ideas.

Hace algún tiempo atrás, alguien me dijo que no haría esto para siempre, pero yo no concibo mi vida sin la escritura.

Contar historias lo es todo para mí, la manera de combatir la soledad, de enfrentarme a mis miedos; el medio para vivir lo que nunca haré, aprender sobre temas por los que nunca me había interesado, viajar a mundos desconocidos y a lugares en los que ya estuve, a los que no quería volver.

En ocasiones me preguntan cuánto de cierto tienen las tramas que escribo, a lo que yo respondo que todo, a pesar de que narren hechos que nunca sucedieron.

Cada capítulo, cada párrafo, cada acción en nuestro día a día, ponen un ladrillo en nuestro mundo. Somos un gran cosmos dentro de una galaxia infinita. Seres con personalidades complejas, a la vez que similares a gran escala.

Somos los primeros que juzgamos a la otra persona sin conocerla, etiquetándola en un grupo particular, a la vez que exigimos ser tratados como únicos y diferentes.

Pero nuestros rasgos comunes, de vestimenta, de tono de piel o cabello, de forma de hablar o gustos musicales, son sólo pequeños matices dentro de un ente más y más profundo.

En mi caso, las palabras son el medio que empleo para transmitir mi visión, mi narrativa, mi forma de comprender el lugar que ocupo, pero existen tantas otras como almas habitan en este planeta.

Hay quien lo hace a través de su trabajo, de su afición, de su actitud con los demás. Desde quien te vende el pan con una sonrisa a quien escribe esa canción que nos despierta con tan buen humor.

El mundo está lleno de inspiración, de historias inacabadas. Es fundamental mirar más allá, levantar la vista y entender que esa silla en la que nos sentamos, ese autobús en el que viajamos a diario, fue construido y usado por alguien como tú.

No obstante, resulta difícil darse cuenta de las pequeñas motas de brillo si prestamos atención a ese lado oscuro que no aporta nada. Separo entre disconformidad y odio.

Lo primero, aboca a un cambio. Lo segundo, a la destrucción.

Aunque no nos demos cuenta, la posibilidad de viciarnos por el negativismo en la red, empieza por nosotros, al igual que en cualquier otro ámbito.

Mucho se habla de salud mental y física, de estar en consonancia con el cuerpo, de comer bien y practicar yoga, pero somos incapaces de dedicar cinco segundos a preguntarnos cómo nos encontramos hoy.

El proceso se repite a menudo. Puede ser una conversación que escuchamos, un ‘tuit’ que leemos en internet.

Somos partícipes de la creación de nuestras emociones desde que procesamos ese mensaje hasta que sentimos el ardor y las mandíbulas apretarse.

Antes de abrir la ventana de nuestro navegador, deberíamos preguntarnos qué vamos a teclear y si estamos preparados para ello.

En muchas ocasiones, es fácil encontrarse con aquellos que usan su bilis para llamar tu atención, provocar a alguien y seguir su propia cruzada.

Por tanto, la mejor respuesta es el silencio y seguir con lo nuestro. Soy de los que piensa que los días son demasiado cortos para que alguien nos robe los pensamientos; que lamentarse sólo sirve para sacar de nuestro cuerpo las toxinas emocionales, pero que, hacerlo demasiado, puede pasar factura.

Soy de los que cree en el positivismo contemplando siempre el peor escenario, de los que escucho pero no oigo cuando suena a imposición y de los que prefiere estar en una barra de bar y no en Twitter o Instagram.

El arte existe porque lo hemos creado nosotros. Lo que nos rodea, también. Contemplemos la belleza y dejémonos seducir por la tranquilidad del silencio.