Miradas

El frío azota, sopla con fuerza, y en las calles hay quien clama por la primavera, los mismos que, meses más tarde, se quejarán del calor.

Aunque no eche de menos el frío, tiendo a respetar a la naturaleza que es más sabia que yo.

Me gusta pasear un viernes por la tarde bajo las palmeras, poner atención en los locales de restauración, en los bares, en sus decorados. Disfruto observando a quienes habitan la ciudad, con sus formas de ser, con su estilo de vida. Tomo notas mentales, ilustro mis cuadernos, elaboro tramas para novelas que nunca escribiré.

Un café intenso para despertar a las neuronas tras una siesta merecida. Una copa de vino para recordar que hace mucho que dejé de hablar de amor como lo hacía en antaño.

Y es que, en la mayoría de ocasiones, ahí reside el problema.

El miedo a la soledad nos puede llevar al entorno inadecuado y convivir rodeados de pensamientos insulsos y visiones negativas con añoro de derrota.

Sin quererlo, nos convertimos en lo que pensamos y cambiamos el color con el que vemos la vida.

Miradas que dan vida o que matan.

Siempre he estado borracho de romanticismo, de formas idílicas y escenas de novela, y no concibo mi existencia de otro modo. No obstante, si nos descuidamos, como el vino, con los años, nos volvemos más fuertes de sabor, no aptos al paladar de cualquiera.

Así que, ya sea con un café o una copa de vino, es importante entender la visión del resto, antes de imponer la nuestra.

Entender que hay otras vidas, que cada una tiene lo suyo, que mejor dejar el malestar en casa y que hemos venido a este mundo a divertirnos, a mirarmos, a reír un poco más, por muy nublado que esté el cielo.