Niebla

 

A menudo, por las mañanas, escribo notas en un cuaderno para dejar constancia de quién soy. Hay quien lo llama cuaderno de gratitud o diario personal.

En mi caso, prefiero clasificarlo como un almanaque de la vida.

Dejar por escrito lo que pensamos, nos ayuda a estar más presentes, a darnos cuenta de que, en ocasiones, los pensamientos no son más que el producto de una mala noche, de un turbulento resfriado o de un estado emocional inadecuado.

No sé cuántas veces habré pensado en marcharme a otro lugar en los últimos años. Leer lo escrito, saber que estoy construyendo los cimientos de algo, ayuda más de lo creemos.

Tomar nota de mis pensamientos en este momento, me ayudará a reencontrarme con los recuerdos pasados. A veces, el entorno nos absorbe, la soledad nos vence y caemos en las garras de la opinión ajena sin darnos cuenta.

Reconozco haber pasado por ahí antes, mucho antes, pues no es fácil hacer frente a un ejército de opiniones silenciosas que intenta redirigirnos a diario. No es fácil plantarle cara a nuestros propios temores, reflejados en el aparente éxito de otros.

Con el tiempo he blindado mis sentimientos de broza ajena, para dar lugar a otras inseguridades. Con el tiempo he aprendido a lidiar con ello.

Cuando iniciamos un cambio o recorremos un camino desconocido, tras el éxtasis y el subidón de endorfinas del principio, llega esa parte de la que nadie nos habla, de la que a nadie le interesa comentar porque derrumbaría a cualquiera.

La parte en la que el camino se convierte frío, húmedo, rodeado de una densa nubosidad y en la que nos podemos sentir perdidos sin una brújula que nos guíe.

El camino en el que, aparentemente, no sucede nada, más que el lento caminar hacia delante, con el martilleo constante de que podríamos habernos perdido.

La cara b de tu éxito o fracaso que nadie quiere escuchar.

Los gurús no cuentan esto, ni los libros de autoayuda que prometen la felicidad en doscientas páginas.

Las historias no profundizan en lo duro que será pasar hambre, ensuciarse de barro, sin asegurarnos un final feliz en toda esta historia.

No lo hacen porque la mayoría de personas fallan, se rinden y no vuelven a intentarlo. Porque todos queremos un cuerpo perfecto, pero nos sentimos como idiotas sufriendo dolor mientras vemos que nada ha cambiado.

Todos hemos decidido dejar de hacer eso que tanto nos perdujica, pero que tan infelices nos hace al no sentirlo.

Todos tenemos un historial de actividades que dejamos a medio hacer. Cada día sumamos una nueva.

Somos especialistas en el fracaso.

Pues bien, ese camino es más que necesario para llegar adonde queremos. Lo he visto antes y lo volveré a ver de nuevo.

No necesito el reconocimiento de nadie, ni autocomplacerme, puesto que no son más que comportamientos infantiles del ego.

Sólo pido paciencia, a mí mismo, callar esa voz que tanto incordia cuando menos la necesito y seguir teniendo hambre, ganas por hacer lo que me gusta, por hacerlo mejor y por mucho tiempo.

Nosotros somos quienes marcamos nuestras metas, nuestros objetivos y también quienes los cambian, sin rendir cuentas a nadie más.

Trabajar a diario en eso que tanto deseamos, es nuestra espada. Dejar constancia en el cuaderno de nuestra lucidez y ser pacientes, nuestra brújula.