Que la nostalgia no te pueda

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Gran Vía (Madrid) – Wikipedia

El camino siempre está lleno de sorpresas, o eso dicen. La cuestión es saber aguantar, de eso se trata, de ser un buen púgil ante las situaciones.

Regresar a España resultó efímero, corto y casi imperceptible. Días placenteros que ayudan a sintonizar con uno mismo, a plantearse las cosas dos veces y a escribir un pequeño punto en esta carrera constante e incontrolable. No es de extrañar que tarde o temprano aparecieran los achaques de aflicción, y que el desánimo descienda como las hojas de los árboles a la llegada del otoño. Sucede que, en ocasiones, yo también me canso de ser hombre, como decía Pablo Neruda en Walking Around, pero que también paseo con calma, con ojos, con zapatos,con furia, con olvido. Tal vez, cosa del otoño, no sería de extrañar.

SUCEDE que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

Entre la nostalgia y el desasosiego por querer estar en otro lugar -del tiempo -, tiro a la basura un manuscrito que escribí hace meses. Pensé que había contado una historia mágica y, sin embargo, no podía estar más equivocado. No hay mal que por bien no venga y prefiero quedarme con la idea de que las 300 páginas sirvieron de entrenamiento mental, de mejora.

No obstante, ahora me encuentro en proceso de corrección de la segunda parte de La Isla del Silencio. Por fortuna, me gusta lo que leo, lo que veo y lo que escribí. En uno de los pasajes, regreso a Madrid y no puedo dejar de pensar en todos los minutos que grabé algún día, dejando mi historia, como la de muchos que pasan por allí a diario. Amigos, desconocidos, familiares. Puede que jamás aparezca en las enciclopedias, pero en el fondo de mi alma, sé que hicimos un clásico. Es parte del proceso. El edificio Carrión es un emblema de la ciudad, ya no por El día de la bestia, sino también por lo que representa. Dejo un pequeño párrafo.

Me hospedé en una pensión en Alberto Aguilera durante el fin de semana y me dejé caer por las calles de Madrid mientras visitaba a su familia. Errante, así me sentía. La ciudad, hermosa, única, ofrecía la posibilidad de perderse, desaparecer. Aquel trató de ser un fin de semana invernal y romántico, de largos paseos por los parques, las callejuelas infinitas y enamorarse de nuevo viendo a lo lejos, las luces de los coches que atravesaban la Gran Vía.

Llegada la noche, bajo el edificio Carrión, el gran cartel de Schweppes, iluminado por los tubos de colores, esperaba mirando a los coches en sendas direcciones, a las mujeres con ropa de abrigo, a jóvenes grupos de tribus urbanas, al caos, a la vida. Esperaba a Blanca, a un tren de vida que no era el mío, a un final en blanco y negro propio de Nouvelle Vague.

Pese a todo, la pesadumbre no es más que un estado mental, manipulador y ficticio. Una señal de tu cerebro de que estás haciendo algo mal en estos momentos. La nostalgia no existiría si el presente fuese más llamativo. Recapacita, levanta el rostro y piénsalo. Tal vez, debas rectificar, hacer unos cambios. ¿Merece la pena? Sigue luchando por lo que haces, que la nostalgia no te pueda.