Pasillos

Así como pasan las horas de rápido, lo hacen los días. Sin darme cuenta, el frío parece que se ha marchado, pese a que sigamos en invierno, y la playa respira con calma, la calle acoge a esos vecinos que se marcharon porque sus casas no estaban preparadas para el frío y la estufa pasa días desenchufada.

Dicen que el ser humano es capaz de vivir constantemente entre el futuro y el pasado, olvidando el presente.

A veces, mirar al ahora y quedarse quieto significa dormir mejor por las noches, disfrutar del instante y saborear aquello -aunque de otra manera- que nos venden en las películas y los anuncios de televisión: escenas románticas sin violines de fondo, situaciones dolorosas sin el sonido del piano, llegar a la cima hastiado y con la compañía del ruido, no de una banda sonora.

Hay ocasiones en las que estar presente me hace sentir en un pasillo que se estrecha cada vez más, dos muros en los que la fuerza de mis brazos no es suficiente para detenerlos.

Quizá porque no pienso, porque me dejo llevar.

Algo que nos cuesta tanto…

Posponer tareas, renunciar a sueños. No es necesario desear convertirse en una estrella del baloncesto para que nuestras ambiciones sean válidas, para que nos sintamos mal al final del día por no haberlo hecho.

Es recomendable pensar que las personas necesitamos diez veces más del tiempo que creemos necesitar para completar algo.

Organizarnos, buscar el tiempo necesario para alimentar esa parte de nosotros que nos hace sonreír, sea cual sea.

De lo contrario, las rocas del arrepentimiento comienzan a pesar.

Todos cruzamos por ahí en algún momento, todos, incluso quienes parecen comerse los días. Todos. Incluso tú, aunque no hayas pasado todavía por ahí, incluso yo. Todos pasamos y no sólo una vez, sino muchas.

Pero lamentarse, buscar excusas, hablar de que haremos y no hacer para lamerse las heridas, no sirve de nada, no soluciona el problema ni logra que otros lo solucionen por ti.

La mayor parte del tiempo no necesitamos más que eso, acallar la mente, empezar la tarea, con miedo, con lo que llevemos puesto, pero hacerlo. Y, entonces, sin violines ni pianos de fondo, nos daremos cuenta de que el pasillo ensancha, de que éramos capaces de todo.