Placeres

Uno de mis placeres favoritos de domingo es la lectura. Desde que dejé atrás los excesos, he recuperado algo de calidad en mi descanso y tengo la mente más despejada. Si tengo que elegir entre ver una película, serie o leer un libro, prefiero esto último, siempre. Cuando no tengo tiempo para leer, me irrito y dejo de hacer otras cosas para regresar a la lectura. No me importa el formato, si es papel o digital, si leo en una tableta, en un teléfono o en un lector electrónico, aunque reconozco que prefiero cargar con un lector -me da igual la marca, mientras sea de tinta electrónica- con un puñado de libros en su interior. Me importa el contenido, me importa que la historia o el manual resuene en mí.

Leer, en mi caso, me relaja, me ayuda a ejercitar la imaginación, la reflexión; me pone en contacto con la lengua, con la mente de quien escribe, con uno de sus infinitos -y nunca seguros- puntos de vista, con un trocito de la persona que escribe. También me ayuda a que otras ideas afloren en mi cabeza y, cómo no, a veces me ayuda a dormir. Por el contrario, mirar a una pantalla provoca que mi atención esté concentrada en imágenes, sonidos, el trascurso de la historia. Es otro ejercicio completamente diferente. Una actividad que prefiero dejar para ocasiones contadas, para otros días. Absorbí ya suficiente en mis días universitarios.

Esto funciona para mí, aunque sé que no para todo el mundo, que hay quien prefiere desconectar con una serie antes de concentrarse en unas páginas. Me parece bien. No es una cruzada. No se trata de marcar a los que leen y a los que no, ni de hacer una guerra personal de ello. Leer debe ser un acto placentero, interesante. No debemos sentirnos mal por dejar a medias un libro que no ha conectado con nosotros, por muy buena crítica que tenga. Muchas veces no es el autor, ni su libro, ni la historia. Todos los ingredientes son buenos, pero quizá no estemos preparados para esa historia o nuestro interior esté buscando otra cosa. Hay quien va a la tienda y lo tacha de mediocre porque no ha cumplido. Yo soy de quienes prefiere pensar que otra vez será, o quizá no. Es tan fácil como eso.

Desafortunadamente, las escuelas se encargan de hacernos creer que la lectura es aburrida, obligándonos a leer buenas obras para las que no hemos madurado lo suficiente. Eso nos hace perder el interés. Un interés que difícilmente regresa. Pero, cuando regresa, golpea dos veces. Empero, no todo está perdido. Digan lo que digan, gracias a la red, el mundo es lo suficientemente grande para que los libros sigan con vida y la gente siga escribiendo.

Por eso, este domingo, me dedicaré a uno de mis placeres (todavía legítimo). Buscaré un buen disco digital o físico, me acomodaré en el sofá junto a un vermú y me dejaré embelesar durante horas por palabras ajenas, hasta que apriete el hambre o los párpados me puedan. Porque leer, escribir, soñar… siempre van de la mano.