Práctica

Mediados de abril, una primavera que no llega y que se está convirtiendo en la más dura de todas las vividas en los años que llevo aquí. Alguien me habló del balance, pero desde hace un tiempo, aquí soy incapaz de encontrarlo. Lunes, me acerco a la ventana y observo los copos de nieve caer sobre las baldosas. Fácilmente, podría decir que el tiempo es una representación de mi estado de ánimo. O viceversa. Quién sabe. Si algo he aprendido es que la falta de sol prolongada sólo te acaba marchitando, marcándote para siempre como una cicatriz.

Me digo a mí mismo que hay que apechugar, coger al toro de cada semana por los cuernos y seguir hacia delante. Por mucho que me lo repita, algunos días resulta más difícil de digerir que otros. La faena se amontona, hay páginas de un libro que no corren, me cuesta leer los libros de otros y la baja presión me nubla la vista. Pero sé que es temporal, otra prueba más de que este malestar físico no es más que un producto de la imprudencia y los derrapes de mis acciones. De nada sirve lamentarse. No siempre se gana, ni cada mañana uno se puede levantar con ganas de comerse el mundo, por mucho que nos convenzamos de ello. Y no pasa nada. Hay que aprender de los hechos, aceptar que somos seres imperfectos y levantarse de nuevo.

Hoy me ha costado una barbaridad hacerlo, pero lo he hecho, he continuado con mi rutina matinal y me he dado por vencido ante una página en blanco que no avanza. Parece que estos días no tenga nada que decir, pero no es así. Por tanto, cuando siento que la mente me traiciona, trato de documentar lo que hago, para regresar a ello más tarde. Dejo notas en cuadernos, en bitácoras digitales. La mente no es más que una parte de nuestro organismo, pero tan sólo eso. No hay más que ver cómo se comporta cuando alimentamos malamente al cuerpo o tratamos de vencer a los demonios del pasado. El miedo, el temor a lo desconocido, a lo inestable. Una borrachera, una exaltación de las emociones, un fuerte contacto físico con alguien. Experiencias que, cuando terminen, nos dejarán caer desde lo más alto, porque la mente siempre quiere más. Lo que siento al escribir el final de un libro no es diferente a un desfogo de fin de semana. Al menos, para mí. Sin embargo, durante la pausa, no tardan en regresan las dudas, los miedos de no ser capaz de hacerlo de nuevo, tan bien como la última vez.

Por eso, cuando sientas que la mente te aturde inculcándote un temor que no existe, levántate, haz lo de siempre y recuerda que si lo hiciste antes, puedes hacerlo de nuevo, y mejor. La práctica hace al maestro.