Recetas

 

Hace unos días, hablando de música y bandas que siguen en activo, alguien volvió a repetir esa frase que siempre regresa como los truenos antes de la tormenta.

—¡Ah! ¿Pero esos siguen tocando?

Las palabras cayeron como si ya no fuera legítimo continuar haciendo música, después de tantos años. Y, es que, sin importar el éxito cosechado o lo cerca que alguien se pueda acercar a éste, parece que todos tenemos una fecha de caducidad.

Sin embargo, es sólo eso, una apariencia.

Los medios nos han enseñado que alcanzar lo alto de la montaña siempre había sido cosa de contratos millonarios, de varitas mágicas y de tipos con traje que te acogían en sus oficinas permitiéndote toda clase de excesos.

Y tal vez fuera así, antes. Tal vez también ahora.

Pero internet ha cambiado las normas.

En los casi -maldita sea, se dice demasiado pronto- ocho años que llevo presente en la red, tras miles de cabezazos y palos de ciego, puedo decir que, desde los dos últimos, soy capaz de vivir de mi escritura.

Y cuando digo que vivo, no me puedo quejar de nada: llevo la vida que quiero, no tengo un jefe que me diga lo que tengo que hacer, pago mis facturas, el alquiler, mis viajes, los vicios…

Con el tiempo me he dado cuenta de que el éxito en las artes es poder hacer lo que más se disfruta a diario.

Poder vivir cada día sin sentirnos obligados por algo, desarrollando lo que realmente brilla en nuestro interior.

Publicar en internet es todo un avance, ya que nos da la posibilidad de romper con el intermediario que nos ponía las trabas para dirigirnos a quien realmente importa: quienes leen.

Los intermediarios pasan a una segunda posición, donde su función sólo es necesaria para mejorar el producto final, pero ya no resulta imprescindible en la mayoría de casos.

Y cuando digo escribir, hablo de la música, la pintura… Me refiero a todo.

Siempre lo he dicho y lo repito de nuevo: la vida es una carrera de fondo.

El pastel es tan grande como cada persona nueva que entra a este mundo virtual donde todo se reduce a lo que teclean nuestros dedos.

Encontrar a toda esa gente, es nuestra misión.

Por tanto, aunque no hay por qué obviar las pequeñas anomalías que pueda presentar el sistema, nuestra estrategia se debe centrar en nuestra obra, en seguir ampliando nuestro trabajo a la vez que llegamos a más gente. Nuestro empeño debe concentrarse en la imagen que proyectamos, en cada detalle, en cada correo que escribimos. Y sólo así, todo llegará.

A veces pienso en esa frase maldita, en si dentro de unos veinte años alguien dirá en una conversación:

—¡Ah! ¿Pero todavía escribe?

Y sonrío, porque entonces sí que habré triunfado.