Reinventarse es necesario

No estamos predestinados a ser lo que hoy somos, ni a lo que nos han dicho que debemos ser. Formo parte de una generación que aún cree en los títulos universitarios como utilidad para conseguir algo, ya sea un trabajo o un sentimiento de clase más alto. Supongo que esta mentalidad viene heredada de quien no tuvo acceso a ese trozo de papel, pero un título no te hace más culto, más inteligente o mejor persona. Y, hoy en día, tampoco te garantiza un trabajo. Desde el principio tuve claro que la universidad era un lugar en el que aprendería unas herramientas para el futuro y que intentaría pasar en ella el menos tiempo posible. ¿La razón? Me lo pasaba muy bien, tanto, que tenía miedo a quedarme allí para siempre.

Poco a poco, con los años, las compañías y quien te imparte la lección, te das cuenta de que existen muchas preguntas sin responder. Te ríes, porque no te queda otra. El chico que vendía anfetaminas en las fiestas de finales de exámenes, ahora es médico de cabecera en un hospital público, y la chica que se las compraba, tiene su propia consulta como psicóloga. Pero no es algo que me haya importado nunca, pues no soy ejemplo de nada, ni en lo profesional, ni en lo vital. Las personas, ante todo, somos eso, seres humanos, y tenemos el derecho a ser reinventarnos cuando sea necesario.

Sin embargo, los muros se levantan cuando una persona, harta de trabajar en un lugar que le hace infeliz, decide guiarse por su instinto, empezar de cero, descubrir nuevos caminos, como si, una vez elegida su profesión, no pudiera cambiarla. Es absurdo. Criticar el cambio, denota la falta de inteligencia. Cuando tenía dieciséis años, creía que me convertiría en una estrella del rock. Era músico y me dejaba la vida en ello pero, a los diecinueve, todo cambió para siempre. Desde entonces escribo. Tenía claro que sería así, a pesar de mis estudios, e iba a buscarme las castañas para evitar cualquier otro camino. Once años después, sigo haciendo lo mismo, mejor, con más frecuencia, con más garbo, pero eso no me hace escritor, al menos, de por vida. No entra en mis planes cambiarlo, aunque no puedo asegurar que a los setenta años cambie de opinión. La escritura me ha dado mucho estos años y me ha ayudado a enfrentarme a situaciones personales que no habría vencido de otro modo. Una ayuda que una persona no me podría haber dado.

Por eso, no importa en el momento en el que te encuentres, si vas a empezar, estás a medio camino o al final de tu recta. ¿Qué importa? Si tienes que cambiar, hazlo. No estamos predestinados a nada y, mucho menos, a vivir haciendo lo que las normas de otros dictan. El triunfo personal es ese, que despiertes cada mañana con ilusión y depende de ti. Lo demás son habladurías.

Reinventarse es necesario.