El remedio a la ansiedad del ahora

Photo by Da Kraplak on Unsplash

Algo no funciona cuando la segunda taza de café sigue sin causar efecto. Es jueves, he intentado dormir lo necesario y evitar trasnochar como suelo hacer cuando la válvula de escape revienta, pero ni así.

Suena jazz de desayuno, de pan tostado y cruasanes recién salidos del horno.

Sé que he descuidado un poco las publicaciones, que mi ritmo de aparecer y desaparecer ha decaído un poco este mes.

Llevar tres proyectos a la vez no es fácil, ni tampoco sano, pero alguna vez hay que pasar por ello para entender cómo hacer las cosas, para ponerte a prueba. La fecha final se acerca, abril está a la vuelta de la esquina (aunque queda todavía marzo por delante) y diciembre se siente lejano. Echo la vista atrás y miro las entradas del blog.

Quizá esto sea lo que más me duele: no poder documentar a diario mi paso, mi pensamiento por estos lares.

Hace cuatro años los treinta los veía como un oasis en el desierto, en la línea del horizonte, pero también hubiera pagado por encontrarme donde estoy. Documentar, a través de las palabras, me ayuda en muchos aspectos. Si te comparas con otras personas, siempre habrá alguien que lo estará haciendo mejor que tú, lo cual es necesario de observar para entender que aún te queda camino, que puedes mejorar, pero no conviene obsesionarse. Sin embargo, compararse con nuestro yo del pasado nos ayuda a entender qué hemos hecho (y qué no) durante todo este tiempo.

Si hemos perseguido un sueño, una meta o si sólo se trataba de otro de esos propósitos que nunca llegamos a realizar.

No me quiero ir de este mundo sin realizar los pocos sueños que tengo.

No me quiero marchar con el arrepentimiento de no haberlo intentado hasta el último momento. Sé que suena bonito, pero la práctica es otra cosa.

Mirar atrás también me ayuda a entender que materializar los pensamientos requiere tiempo y un esfuerzo constante. Si no, cualquiera lo haría y ahí se encuentra esa brecha que separa a quienes mucho dicen y poco hacen. Pero, sobre todo, lo que más me da es paciencia. Aunque nos miremos cada mañana al espejo, no somos conscientes de lo que envejecemos hasta que nos vemos en una foto del pasado.

Quererlo todo ahora, en este momento, es una guerra constante en mi cabeza que gano a diario con la paciencia. Aprender a disfrutar del camino y saber que será largo, que todavía quedan otros siete, diez, treinta años de historias, de sueños, de ambiciones. Porque al cruzar una meta, nos dirigimos a otra.

Los logros del ayer son nimiedades para el mañana.

Habrá quien diga basta, aquí me quedo, y me parece estupendo, aunque yo no puedo hacer eso sabiendo que, tras cada historia, hay un viaje nuevo por recorrer, una persona por descubrirme, un grano de arena que sumar. Amar lo que haces no significa que sea ideal o perfecto. Lo mismo sucede con las personas con las que intimamos. Pero es necesario que exista el amor. Y amor no falta cuando existe una razón detrás de todo lo que haces.

Soy feliz con poco y eso me permite construir mi propia realidad. Amo el café de la mañana, el tacto del teclado y las palabras corriendo en la pantalla. Amo leer una buena historia y cruzar La Mancha en autovía. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al escribir estas palabras. Y pensar que no tenía nada que decir.

¿A quién pretendo engañar? Cada mañana se abre el capítulo de una novela que sigue sin final.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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