Resfriados creativos

 

Hace un mes, más o menos, me encontraba en el vestíbulo de un hotel del barrio de Salamanca, esperando a que mi hermano bajara de su habitación. Estaban siendo unos días muy calurosos en la capital, tanto, que el bar del hotel estaba lleno. Pensé en tomarme una copa para matar la sed que arrastraba, pero enseguida escuché las conversaciones extranjeras sobre las curiosidades de Madrid.

Me senté en uno de los sofás y vislumbré una colección de libros. Mi hermano me había hablado de esta iniciativa.

Los hoteles dejaban una pila de ejemplares para hacer las esperas más cortas. Curioso, me acerqué, encontré títulos en inglés y español, y di con un nombre conocido. Fue leer las primeras líneas y sentir una bofetada que me llevó al pasado de cabeza.

A Chandler llegué cuando todo estaba perdido, en el mismo modo en el que se encontraba él cuando decidió escribir. «El sueño eterno» fue el primer trabajo que leí, y me llegó como un puñetazo en el estómago. Un estrépito tan fuerte que, años más tarde, me llevó a escribir «La Isla del Silencio», la primera novela de Gabriel Caballero.

Desde entonces, no he logrado desprenderme de su sátira, ni tampoco de Philip Marlowe (y de Humphrey Bogart).

No soy una persona de prejuicios en relación a la lectura y tiendo a darle una oportunidad a lo que me llama la atención. En lugar de gastar el tiempo teniendo la razón, prefiero dedicar esa energía a leer y disfrutar. Hay para todos.

Sin embargo, cada cierto periodo, cuando me faltan las ideas o siento una baja autoestima apoderándose de mí, toco la puerta de ese bar invisible que existe en mi cabeza, lleno de humo, vasos de whisky, muebles de madera y un jukebox de fondo, y me reúno con los de siempre: Patricia Highsmith, Raymond Chandler, John Fante… Tomo asiento en la barra, escucho sus historias, me pido un vino, una tapita de queso curado y tomo notas mentales.

Cada persona tiene sus favoritos. Estos son los míos, aunque aprenda de los que leo, estén o no en la lista.

En ocasiones, lo que más me duele es que ni siquiera tengo copias en papel. Las compro, después las presto, las regalo o las pierdo directamente. Pero no me importa demasiado. Sé que están conmigo.

Cuando menos lo espero, llegan a mí, ya sea en forma de papel, en una película o en una conversación.

Recuerdo que aquel día del hotel, estaba sufriendo un resfriado creativo, que no es una crisis en sí, pero afecta igualmente al sistema inmunológico.

Encontrarme con Chandler fue la aspirina que necesitaba.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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