Riesgo

Quién no arriesga no gana ni pierde, ni tampoco aprende.

He cambiado de estrategia de vez en cuando. Díría que a menudo. Diría que demasiado.

Aunque las cosas vayan bien, hay que probar cosas nuevas, hay que lanzarse a la piscina y pegarse de morros aunque no haya líquido dentro o simplemente nos cubra hasta las rodillas.

Hay que arriesgar en todo: en la vida, en el amor, en los negocios.

Hay que arriesgar y esto no significa que se tenga que ganar aunque todo el mundo quiera ganar, todo el mundo quiera ser número uno.

Estoy acostumbrándome demasiado rápido a saber que nada es para siempre, ni constante; a vivir con una sombra detrás de mi espalda que me indica cuál es el camino; a no mirar atrás, a seguir hacia delante saltando los obstáculos y probando cosas nuevas.

Cada día me gusta más arriesgar, creo que el riesgo es el futuro, creo que siempre lo ha sido.

Pero en el fondo de mi cabeza hay algo que me empuja a establecerme, a quedarme sentado, a decir vale, hemos llegado a meta y esto ha sido todo, ya lo he conseguido, me siento en el sofá, veo la tele o leo un libro y no tengo ganas de seguir luchando, pero sé que eso es imposible y que no es cierto y que, al poco, me aburriría, por eso pienso que esta vorágine constante de cambios son necesarios, porque, lo quiera o no, van a ocurrir igualmente y adaptarme a ellos es lo más sabio.

Por tanto, tan pronto como empecemos a tomar la actitud de que los cambios son necesarios.

Que aquello que hoy creemos que nos pertenece, mañana tal vez no.

Cambios de que no hay nada seguro porque nadie nos debe nada, ni un trabajo, ni una vida, ni un amor, ni una relación estable, y que lo único que podemos hacer es permanecer sin esperar nada a cambio, pero dándolo todo, dando lo mejor de nosotros e irnos a dormir con la conciencia tranquila de que hemos hecho lo que nos hacía sentir bien.

Tan pronto como nos demos cuenta de todo eso, habremos ganado y entendido que el cambio es parte de nuestro camino y que, por ende, el riesgo es parte de nosotros.