Sueños

Esta mañana he recibido un agradable mensaje. Un amigo cambia de trabajo a una compañía más grande. Él trabaja en posproducción cinematográfica y efectos especiales. Él es un ejemplo de superación constante que he podido ver con mis propios ojos, una de esas personas que inspira, a la vez que es igual de humana que tú. Me alegro mucho por él.

Hace cinco años coincidíamos en el mismo apartamento de la calle Miodowa.

Acababa de llegar a Varsovia en busca de mi sueño, el de ser escritor, y buscaba una habitación en la que quedarme. Hacía frío, la nieve aún llenaba las calles y no conocía la ciudad, así que opté por un cálido lugar en el que vivía una chica rusa y este joven polaco.

Calle Miodowa. Nuestro apartamento estaba al lado de la gran mano.

 

Para él era un comienzo, pues estaba bastante perdido con lo que debía o no hacer. Para mí, otro tipo de comienzo pues, aunque sabía cuál era mi camino, desconocía por dónde empezar. Pasaron los días, él me introdujo a la cultura polaca y yo a la española. Compartimos gustos musicales, noches de alcohol y desenfreno, ideas, visiones y hasta los temores más vergonzosos. Poco a poco, conocí a su familia y amigos, intimé con algunas de sus mejores amigas y nunca le importó; cambió de trabajo, se lanzó al vacío y me animó siempre a que hiciera lo que debía hacer.

Confiaba en mí ciegamente y eso era digno de apreciar, partiendo que no nos unía más que un apartamento y un concepto de cultura europea que cada día se fragmentaba más.

Pronto nos mudamos a otro apartamento, él dejó los estudios y se dedicó a aprender a través de internet, a trabajar gratis filmando a aquel que se lo pidiera, a ayudar en proyectos aunque fuera cargando el equipo. A mí no me salían las palabras, buscaba la inspiración pero nunca la encontraba.

Sin que terminara el año, nuestros caminos se separaron. Ambos conocimos a una chica y abandonamos el apartamento, pero nuestro contacto continuó.

Foto desde el balcón del apartamento de mi amigo. Varsovia.

 

Dos días antes de abandonar Varsovia, conduje hasta su apartamento, una gran casa con vistas a uno de los parques más grandes de la ciudad, y recordamos viejos tiempos. Habían pasado cuatro años y ambos éramos otras personas. Recordamos viejos tiempos, cenamos pizza como cuando no teníamos un zloty en el bolsillo y bebimos cerveza hasta que nos dormimos del cansancio.

Hay quien me dice que tengo la suerte de haber encontrado lo que me apasiona, que no todo el mundo lo consigue. Yo no sé si es cierto esto, pero siempre respondo que procedo de la música, que a los quince quería ser una estrella del rock y a los diecinueve fracasé colgando la guitarra; que después soñé con ser escritor en un momento fatídico para la industria del papel, cuando las editoriales no hacían caso y la piratería se comía el mercado; que abandoné un trabajo estable y la ciudad en la que me había criado a cambio de aventuras, incertidumbre y mucho frío; que durante seis años trabajé de lo que fue necesario, di palos de ciego hasta vender un maldito libro, encontrar a la gente que sí me quería leer y empezar a ver un fino hilo de luz que tampoco albergaba mucha esperanza.

Los sueños se construyen día a día y la mejor manera de comenzar es poniendo todo tu esfuerzo e ingenio en eso que te apasiona, probando lo que funciona y lo que no, fijándote en lo que realmente sabes hacer y no lo que te gustaría hacer para contentar a otras personas.

Los sueños, como las grandes construcciones, requieren tiempo, constancia y nunca darse por vencido.

Cuando conocí a mi amigo, él trabajaba en un banco y estudiaba una ingeniería. Escribió un guión para un cortometraje de casualidad y se dio cuenta de que eso no era lo que quería, que él prefería agarrar la cámara. Después lo dejó todo para ser camarero mientras se formaba a sí mismo con vídeos de Youtube. Y la historia continúa hasta su primer contrato. Y todo esto fue porque estaba convencido de que terminaría haciendo lo que le gustaba, aunque no lo supiera aún.

Así que, si tienes un sueño, ve a por él. No seré romántico con la idea, pues no lo es. Todos tienden a ver el final, pero los comienzos siempre son duros y más aquí. De hecho, puede que sea muy duro y tendrás que trabajar más que el resto, en tu tiempo libre, cuando tus amistades se divierten.

Llevará tiempo, pero merecerá la pena, porque sentir que aportas algo a este mundo es reconfortante. No te quedes con las ganas y acepta tus límites.

Si no lo tienes claro, prueba, no temas, fracasa y lima tus habilidades. Sólo así descubrirás de qué material estás hecho.