Terminar

En ocasiones creo que necesito organizarme mejor cuando, en realidad, lo que necesito son menos cosas, menos distracciones, menos objetos, menos muebles, menos espacio, menos, en general.

Me gusta la idea de cargar con lo básico, como en esa película de George Clooney en la que el actor se pasaba la vida pasando por aeropuertos. No me gusta que los teléfonos duren dos años, ni que tenga que cambiar de coche, de ropa, de peinado, porque la moda se haya convertido en un patrón de consumo mensual en lugar de una cultura de principios.

Soy de los que piensa que en este mundo todo tiene cabida, hasta lo malo, aunque sea innecesario pero inevitable. Que a nadie le importa lo que piensen de nosotros tanto como a nosotros mismos.

En un momento en el que la atención es nuestro valor más alto, seguimos creyendo que una desconocida recordará nuestro rostro al cruzarse en el metro. Triste, no lo sé, pero cierto.

No sé en qué punto de mi historia las marcas pasaron a hablar para otros y no para mí. Negar que somos seres en proceso cambio, es negar nuestra existencia. Todavía hay quien se asombra porque su pareja haya cambiado y se haya ido con otra persona.

¿Qué esperabas? Y ahí reside el problema. Lo mejor es no esperar nunca nada.

No temer a los cambios, ser como un péndulo que se queda inmóvil, clavado en su posición. Ser consciente de que todo lo que sube, baja y, aún así, seguir con la cabeza bien alta porque, en el fondo, nada importa más que seguir respirando.

Simplificar, llenar el vaso y bebérselo a sorbos hasta que lo acabemos. Por desgracia, no siempre somos capaces de terminarlo.