Viajar en coche ayuda a entenderte

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En ocasiones, los viajes de carretera son el espacio en blanco que queda entre dos capítulos. El mismo trayecto puede convertirse en algo diferente, nuevo, dependiendo del momento en el que nos encontremos y no del lugar que estemos cruzando.

La Meseta Central me recibe con sol, niebla y poco tráfico.

Escucho la radio cuando me canso de los álbumes y busco a alguien que hable de temas interesantes para mí. A medida que cambio de emisoras, me doy cuenta de que estoy fuera de la conversación que escucho, de la vanguardia, de lo que (para quienes hablan) realmente importa de la sociedad. Tal vez sea cierto que Internet mató a la televisión, a la conversación de masa, a la sobremesa.

El monstruo de la pantalla sobrevive como puede mientras los telespectadores comprueban su Instagram.

Adelanto a los coches dejándome llevar por los pensamientos. El paisaje colorado de mi alrededor, el barbecho visible en la tierra de cultivo, los pueblecitos y sus casas de teja roja.

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Desciendo por una pendiente rodeado de camiones. Atrás quedan las granjas y los cerdos. Una densa niebla me atrapa y ya no veo a quien tengo delante. Decelero con las gafas de sol puestas. La incertidumbre me recorre. Después vuelve a salir el sol.

Me detengo en uno de esos mesones de carretera cuando paso Albacete. El paisaje está limpio y veo algunos coches aparcados en la parte trasera.

Ahí, donde el tiempo no pasa, donde no existen los pasajeros sino las personas de paso, todo va más lento.

Me podría quedar toda una vida sentado en el interior del coche y no pasaría nada.

Photo by Judit Imre on Unsplash

Decido tomar un café. Saludo, huele a café y leo la prensa nacional. Suenan Los Brincos y hay un expositor de discos compactos junto a la cristalera. No me cuestiono cuánto llevan ahí porque conozco la respuesta.

La España que existe y no se ve en la tele, ni de la que se habla, ni tampoco se escribe. Me pregunto quién quiere cruzar la Ruta 66 si teniendo asfalto y aventura en nuestra propia casa.

Las horas pasan y así los kilómetros. Los castillos del paisaje me saludan al entrar, el decorado se vuelve más árido y afloran la luz del sol es distinta.

Finalmente veo ese toro en lo alto que me indica que estoy ya aquí, en casa. Bajo la ventanilla y busco el aroma a salitre que normalmente se respira, pero no estoy lo suficientemente cerca del mar.

En ocasiones, los viajes de carretera son el mejor momento para reflexionar y preguntarnos hacia dónde vamos, aunque la respuesta no tenga relación con el lugar al que nos dirigimos.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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