Vive la vida diaria

Arranco, pongo primera, piso el acelerador.

Me siento más cansado de lo habitual -debería dejar de decir esto, joder- a causa de unos acontecimientos inesperados, a causa de cenar fuera un lunes en buena compañía, de acostarme a media noche, de dormir poco, de comer tarde y bien un martes, de tomar café al sol un jueves. Me siento más cansado de lo habitual porque a mi cuerpo le gusta la rutina, la queja, el no salirse de la línea marcada por la pesadumbre diaria.

La mancha del joven con actitud punk, rebelde, que en su día marcó una adolescencia, se diluye poco a poco con las ganas de no hacer nada. No es una novedad decir que el trabajo oprime, desgasta y aliena, sobre todo, si se es de carne y hueso y tiene más ambiciones que las de pagar facturas y adquirir una hipoteca. Una semana poco habitual aunque suficiente para darme cuenta de que, en muchas ocasiones, nos saboteamos con tanto prejuicio sobre el resto, sobre nosotros mismos; de que sobran los artículos de autoayuda, de éxito, porque, al fin y al cabo, la vida pasa y no hacemos más que procrastinar. También de que sobra la conexión ilimitada, de que faltan más momentos, más terrazas, más café, más cerveza peleona que adormece y más desgaste sobre los tobillos. Romper al sistema desde dentro, aguantando, quedándote un poco más, sonriendo por última vez, pensando en el sueño que vas a tener mañana, qué importa, respira, todavía es hoy y el sol aún no se ha puesto.

Hay que caminar más, llegar a lugar inhóspitos, cafeterías perdidas, dejar de preguntar por la clave del Wifi, escuchar a quien tenemos delante y pensar que cada momento es único, parecido, pero único e irrepetible, y que tampoco pasa nada si lo dejamos pasar entre las manos.

A veces, pienso que hemos derrapado.