Aburrimiento

 

Desde que escribo, cada día me acuesto con la sensación de que podría haber hecho más, de que siempre hay algo por terminar: correos, textos, lecturas, películas… y un largo etcétera.

Sinceramente, no entiendo cómo las personas pueden clamar que están aburridas, ni ayer, ni hoy, con la infinidad de cosas que hay por hacer siempre.

No importa donde vivas, si es una ciudad grande o una isla remota, porque siempre encontrarás personas, historias, lugares.

En realidad, tenemos más de lo que necesitamos.

Hace tiempo que me planteo establecer unos límites a mi tiempo en internet.

En ocasiones, me doy cuenta cómo las horas se escapan entre artículos que no conducen a ninguna parte, entre comentarios y conversaciones ajenas que no me dicen nada.

Existe tanta belleza ahí fuera, que me pregunto que hago aquí dentro, entre píxeles.

Por otra parte, muchas veces, me doy cuenta de que, con lo grande que es este planeta, mucha gente quiere viajar a los mismos sitios, comer en los mismos restaurantes, ver las mismas series.

Entiendo la necesidad de tener algo en común para poder encajar y empatizar con el resto, y esto no tiene nada de malo, hasta que nos colocan un contador que indica quién vale más y quién no.

No hice propósitos a principio de año, sino objetivos, pues soy de los que piensa que las personas debemos adaptarnos a los acontecimientos mientras seguimos un plan.

Alcanzado este punto, ha llegado la hora de ponerme a dieta digitalmente hablando, como dicen algunos.

No puedo desaparecer ya que este es mi escaparate.

No quiero desaparecer porque es mi ventana y contacto con las personas que me leen y escriben y, para mí, son las más importantes.

No voy a desaparecer porque no tiene sentido.

Sin embargo, sí creo que es importante priorizar, hacer de lo importante, lo más importante; tomar notas, escribir artículos, visitar menos los sitios banales, fundar nuestro propio código inquebrantable -por otros-, y alimentar el alma a diario, con lo que más nos llene.

Tener principios va más allá de pensar sobre los demás. La mayor parte del tiempo, nos olvidamos de nosotros mismos.

Vivir en una casa con chimenea, cortar fuet y pan recién hecho, abrir una botella de vino, escuchar la guitarra de Wes Montgomery, tener invitados, conversar, leer a Hemingway y a Chandler, quedarme dormido en el sofá con una manta sobre las rodillas.

Esos son mis principios.