Aire

 

Un nuevo comienzo, un nuevo soplo de aire. Soy de los que piensa que los cambios son necesarios, tal vez porque estos sean inevitables, quizá porque no se pueda hacer nada contra ellos.

Echo la vista atrás y observo que en la última década he vivido en tres países y cuatro ciudades diferentes.

Se dice rápido, se recuerda breve y se siente bien.

Cuando me preguntan si esta vez he venido para quedarme, respondo que no lo sé. Hace tiempo que dejé de saberlo pero, ¿realmente importa?

A lo largo de los años, he encontrado personas que, como yo, decidieron en su día vivir en el extranjero, ya fuera en otro país o en otra ciudad en la que se sentían auténticos desconocidos.

Personas que, con el tiempo, neutralizaron sus expresiones, añoraron aquello que llaman hogar y que, cuando regresaban a éste, se daban cuenta de que ya no pertenecían a él. Un fenómeno curioso, pero real. Un sentimiento triste que arrastraba a muchos a la exaltación de sus raíces como cobijo de la soledad.

Aunque reconozco haber pasado por ello en algún momento -y de forma leve- en mi vida, siempre he tomado esta oportunidad como algo placentero, como forma de entendimiento, como observación y comprensión de los ciclos y este extraño camino de la existencia.

Aprender a dejarse llevar sin alterar el interior, la brújula que nos guía.

Adaptarse a los cambios dando la bienvenida a aquello que venga, como una lección que aprender o una manera de hacernos más fuertes.

Disfrutar del momento que vivimos porque todo es efímero, frágil e inseguro, a pesar de lo que nuestro ego nos quiera contar. Cuando no existe el miedo, somos capaces de ver más allá de las sombras.

Por tanto, mientras sigo mi camino dando pequeños pasos, comienzo de nuevo, en otro lugar, en otra estación, en otro momento.

Dicen que es difícil experimentar de nuevo algo que ya ha sucedido una vez. En mi caso, cada comienzo sabe mejor, sin importar el ayer ni el mañana.