Alza el vuelo

Fotos de stock gratuitas de amanecer, anochecer, arquitectura

Sol de invierno. Salgo de un año para entrar en otro. Salgo de un tropezón para darme de bruces en las campanadas. Pero, cuando la naturaleza elige, poco hay que hacer. Me recupero de un Covid que llegó para quedarse -en mi cuerpo-. Después de una semana, empiezo a marcar la hoja de ruta que debí haber escrito semanas atrás y no pude. Semanas en las que me sentí embotado, cruzando la meseta, parando en gasolineras solitarias, en ventas vacías con empleados y vidas muy diferentes a la mía. Restaurantes de carretera con torreznos del tamaño de un brazo, pinchos de tortilla para alimentar a un peón de obra e historias de novela que salen desde el rincón de la máquina tragaperras. Semanas en las que no pude hacer otra cosa que dejarme llevar por la marea de un Mediterráneo que apenas tenía oleaje. Volví a ver el mar, respiré el salitre, vi a los míos. Después regresé y, cuando menos lo esperaba, estaba inmerso en el tráfico de Goya, cruzando la Castellana bajo los rayos templados de enero.

Estos días, en el sofá, las ideas han vuelto a salir como si lo anterior hubiese sido el caldo de un arroz que estaba a punto de entrar en el fogón.

Este año me lo voy a dedicar a mí, un poquito más. El teléfono en modo avión cuando apetezca, poner diques, desoír ciertas conversaciones y descartar lo que no aporte, aunque duela de primeras. Que no importe lo que digan porque, en realidad, así es. El cierre del año -con el suplemento vírico añadido- ha sido la prueba fehaciente darme cuenta de que no hay que perder más tiempo sino disfrutar la vida, que para eso está. Haz lo tuyo, a tu ritmo, sin desviar la mirada hacia los pájaros que fingen aletear a lo lejos, pero que nunca despegan. Ellos siempre estarán ahí, quejándose, sin alzar el vuelo, distrayéndote. La mala hierba nunca muere, después de todo.