Autodescubrimiento

close-up photography of woman near building

Sienta bien escribir algo totalmente nuevo. La frescura de lo desconocido, de volver al folio en blanco sabiendo que empiezas de cero. Estos días trabajo en un proyecto que verá la luz pronto. Está ambientado en el Madrid financiero de finales de los 80 y principios de la siguiente década. Por supuesto, hasta aquí puedo decir, ya que no soy el único que está involucrado. Las ideas hay que materializarlas antes de que mueran y ya me he puesto a ello. Soy de los que piensa que trabajar diferentes disciplinas, aunque sea por el mero hecho de hacer algo distinto, ayuda a la creatividad.

Mi última novela, La Dama del Museo, me está dando muchas alegrías, lo cual me sorprende después del silencioso lanzamiento. Esperemos que siga así y me alegra saber que ha cumplido con las expectativas de los lectores.

Las primeras 24 horas sin acceder a las redes sociales han sido un poco tediosas. La sensación de que te estás perdiendo algo, está ahí, pero es una falacia. Abro la portada de los diarios, echo un vistazo por encima y tengo la sensación de leer la misma noticia todos los días. Me reconforta pensar que no ha sucedido nada grave. Por supuesto, tampoco enciendo la televisión, pero esto es algo que hago desde hace tiempo…

Buscando en Unsplash he dado con la foto que aparece arriba y he caído en la cuenta de que yo viví en ese edificio, allá por 2012, en la planta diecinueve. Calle Marzalkowska con Swietokrzyska. Hoy ha cambiado bastante de cómo lo dejé, aunque las colmenas funcionalistas de apartamentos siguen en pie. Luego he recordado la temporada en la que me empeciné en vivir sin WhatsApp, usando un viejo teléfono Nokia y mi viejo Macbook blanco de 2007. Ahí nació el escritor fantasma que soy hoy, entre platos de pierogi, bolas de cerdo rebozado y tallarines del vietnamita que había debajo y las cervezas que vendían en el ultramarinos. Nunca lo relacioné con la película, ni con la tarea de escribir para otros. Más bien era una forma de transmitir que era un holograma, un tipo en internet al que nadie había visto en persona. ¿Quién me iba a descubrir? Pero la idea no cuajó, aunque me quedé con el nombre.

Por suerte, la tecnología me echó una mano y no fue necesario visitar ninguno de esos cafés literarios como había leído en las novelas de Umbral.