El balance de la felicidad

Cada cierto tiempo me suelen llegar las mismas preguntas, los mismos consejos gratuitos que no he pedido.

Un mensaje, una conversación, una llamada. No importa el medio.

—¿Todavía sigues trabajando tanto?

—Tienes que disfrutar más de la vida.

Comentarios que llegan a nuestra vida en el momento que nos concentramos en alguna tarea que es importante para nosotros.

No lo voy a negar, no he elegido un camino sencillo. Soy ambicioso y tengo unas metas muy altas. Todo el mundo debería serlo.

Explorar caminos desconocidos lleva tiempo, frustración y mucho sacrificio que la mayoría de personas no están dispuestas a afrontar. Sacar tiempo de tus ratos libres (esa franja que empieza cuando termina tu jornada laboral), decir no a planes, viajes, reuniones y un largo etcétera, y tener que tragar con el comentario jocoso de quien tienes al lado porque todavía no ves resultados.

Sea lo que sea, nunca será fácil, porque aprender, fallar, reestructurar lo que hacemos, mejorar y, finalmente, llegar al objetivo, requiere mucha energía.

Vivimos en una sociedad en la que, a pesar de gozar de una libertad cuestionable para hacer lo que nos venga en gana, a la vez somos juzgados por no seguir la pauta general (primero nos cuestionamos a nosotros y después somos cuestionados por el grupo).

Siempre ha sido así.

La posición social que representamos está latente en todos los círculos: el número de seguidores que tienes en las redes sociales, tus conocimientos musicales en el entorno que te mueves, los libros que lees, las series que ves, el coche que conduces en comparación al de tus compañeros de trabajo, si almuerzas en la oficina o sales fuera (y a dónde vas), el reloj que llevas, el teléfono que usas, el vino que bebes, el deporte que practicas, si vas a esquiar en invierno o no, si eres de un equipo u otro de fútbol, si te interesa el baloncesto o el golf.

Photo by Matt Lamers on Unsplash

Todo dice algo de nosotros para los ojos de otras personas y ni siquiera somos capaces de cuestionarnos si realmente (o no) lo hacemos para sentirnos aceptados en alguna parte.

Por eso, cuando se trata de dedicar nuestro tiempo (primero, el poco que tenemos libre y después, una vez hemos progresado, todo el que poseemos) a en algo que nos apasiona, el ruido externo se convierte en un enemigo muy poderoso, en un goteo capaz de agujerear la roca más dura.

Hay un refrán español muy viejo que dice “dime con quién andas y te diré quién eres” y que define muy bien la influencia que tiene el entorno sobre nosotros. Aunque no nos demos cuenta, el paso de dejar de creer en lo que hacemos (por un episodio de frustración, incertidumbre o fracaso momentáneo) para convencernos de lo que nos dicen es casi inapreciable.

Después de siete años de prueba y error, además de escribir, he aprendido a no juzgar a nadie por sus acciones.

Pero también he aprendido a no escuchar a quien opina sobre las mías sin haberle pedido consejo u orientación, sin importarme su edad, su posición o el papel que juegue en mi vida.

Lo siento, no es personal, aunque sé que duele.

Me importa un carajo tu punto de vista.

Tomar decisiones no es una tarea fácil y muchas veces no estamos preparados para soportar el dolor (físico o emocional) que conlleva hacer lo que queremos. No todos somos iguales, ni tenemos el mismo bagaje, ni tampoco buscamos el mismo final a nuestra historia.

Tu vida, tus relaciones, tu trabajo, tu pasión, tu tiempo libre. Encuentra la fórmula que te haga feliz, el equilibrio que te dé eso, a ti. Tu fórmula es única e intransferible porque eres diferente a los demás. A mí me lo da escribir historias, leer libros que han escrito otras personas, aprender e invertir horas de mi tiempo en conocer la manera de acercarme a más lectores.

A mí me fascina el error (y me frustra también, claro) de no ver resultados, de sentir que debo apretar el culo contra la silla.

Me emociona desarrollar paciencia, mejorar en lo que hago, ser un outsider y contraatacar con fuerza para conseguir los números que quiero.

Suena bien, ¿verdad? Pues hay días que es muy jodido, que nadie te entiende ni te puede ayudar. Hay días en los que buscas soluciones y no las tienes porque el sistema es demasiado complejo -el tuyo, claro-. Hay una parte negra que nadie ve ni comprende. «Sal a tomar algo, hombre, ya lo terminarás mañana», escuchas. Horas y horas en soledad porque tienes una fecha límite, mientras la Gran Vía está llena de gente tomando cócteles.

Pero para mí lo jodido es madrugar para ir a un lugar que no sea mi mesa de trabajo y pensar que podría estar escribiendo.

Pero esto soy yo y comprendo que haya gente que prefiera ir a un restaurante de moda con sus amistades, hacer surf en su tiempo libre, disfrutar de un festival de música, subir una montaña, correr una maratón, ir al fútbol, ver series o relajarse visitando lugares de moda.

No me molesta estar fuera de la conversación. Lo que hago es un horror para quien tiene otras necesidades.

Photo by Timothy Eberly on Unsplash

Por eso es importante ser honestos con nosotros mismos de manera brutal. Aceptar quienes somos (después de cuestionarnos por qué somos lo que somos ahora mismo), nuestros errores, nuestras debilidades y, sobre todo, nuestras fortalezas.

Aceptar que se nos va la lengua cuando bebemos de más en público, que somos capaces de volver antes de las cinco de la mañana a casa, que seguimos fingiendo ser alguien que todavía no somos para complacer a otras personas, que nos importa lo que nos digan sobre lo que hacemos o no con nuestra vida, que tenemos una forma física de que da pena y no hacemos nada por cambiarlo.

Aceptar todo eso, poner remedio a lo necesario y trabajar en la imagen ideal que tenemos en mente.

Te va a doler.

El ser humano se carga la mochila de mierda a medida que pasan los años. No somos conscientes de los pequeños traumas que acumulamos con el tiempo. Algunos inapreciables y otros que derivan en problemas mentales por no haber sido resueltos.

No llegues a ese extremo. Entrevístate con valor y cuestiónate lo que has hecho hasta hoy si lo necesitas y tal vez te des cuenta (como yo en su día) de que habías estado haciendo el imbécil.

La vida es tuya y el disfrute se calcula a través de la felicidad que te genera lo que haces.

Cuida la salud, cuida el amor (quiérete, siéntete querido/a) y cuida tus finanzas.

El dinero es importante, no voy a mentir, lo necesitas para comer, vivir y ahorrarte la ansiedad, pero cuesta menos ganarlo cuando disfrutas las horas que inviertes en producirlo.

Pero, sobre todo, cuídate de la jungla, del ruido, de todo aquello que te desvíe de ese balance que te hace dormir como un bebé. Vive y sobrevive. Seguimos siendo depredadores, aunque nos hayan borrado esa idea.

Alimenta tu necesidad antes de perecer.

Un día te morirás y ese día está más cerca de lo que piensas.

Sé consecuente y aprovecha tu existencia.

Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.

Si te ha gustado, ¿podrías darme diez aplausos para llegar a más gente?

También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma

Facebook: /elescritorfant